Quiero montar equeibol
y yo no tengo equeibol
voy a empeñar los aretes de mi mai
pa comprarme una equeibol
Rita Indiana y Los Misterios
“Tan pronto como el hombre descubre un resquicio o rendija en la maraña de sus trabajos escapa por ellos al ejercicio de actividades venturosas.”
José Ortega y Gasset
De chamaquito mi vida cobraba (más) “sentido” luego de las horas forzosas de escuela. Esta percepción, vale mencionar, todavía encuentra resonancia en mi adultez laboral cuando da la hora de salida y no creo que cambie por lo pronto. Para entonces el convite entre los vecinos se daba natural. Cualquier día de semana, luego del timbre, salíamos fletados de las respectivas escuelas y cuando no aprovechábamos algún pon para ir a moribuguear[i] a la playa, nos dábamos cita en las jaldas de asfalto, cada cual con su ejkei (o patineta), para darle fin a otra jornada con broche de oro.
De chamaquito mi vida cobraba (más) “sentido” luego de las horas forzosas de escuela. Esta percepción, vale mencionar, todavía encuentra resonancia en mi adultez laboral cuando da la hora de salida y no creo que cambie por lo pronto. Para entonces el convite entre los vecinos se daba natural. Cualquier día de semana, luego del timbre, salíamos fletados de las respectivas escuelas y cuando no aprovechábamos algún pon para ir a moribuguear[i] a la playa, nos dábamos cita en las jaldas de asfalto, cada cual con su ejkei (o patineta), para darle fin a otra jornada con broche de oro.
Aunque hoy me encuentre a años luz de la Power Peralta que me habían regalado mis padres por sacar buenas notas, y de la consecuente rajá de cabeza que me di en ella, o de la “longboard” Gravity que logré adquirir con chavos ahorrados, con la cual me di mil guayazos zigzagueando las cuestas con poca gracia; a pesar de que todo esto ya no forme parte de la rutina corriente, no me toma mucho reproducir aquella sensibilidad que inspiraba en mi esta actividad venturosa, que lejos de imponerse como una ocupación inoportuna, simulaba un resquicio que permitía acceso a una especie de libertad absoluta efímera – oximorónica desde luego – pero franqueable.
Clasificado CP para “Cualquier Persona que se haya montado en un skate”, Ej-Kei (2012) es el primer documental de larga duración sobre la historia de patineta en Puerto Rico y ciertamente una referencia obligatoria para todo aquel que tenga o haya tenido interés en el tema – y me atrevería añadir a riesgo de extender mi habitual cursilería, para todo aquel que haya probado o desee un poco de esa “libertad” a la cual aludí.
Armado de pietaje de archivo invaluable y de una rica historia oral, Ejkei traza un relato conciso, mas cabal, de la evolución del skate en todo su esplendor idiosincrático. Con apenas una hora de duración el documental constata una sólida tradición deportiva que – como quien no quiere la cosa – cumple ya sobre cuarenta años de presencia en la Isla. En pocas palabras – y sin pizca de ironía –, el trabajo realizado por los productores/directores Javier Viqueira y Hugo Hernández (y compañía) es humildemente ambicioso. Pues en cincuenta y tantos minutos, el espectador habrá sido testigo no tan sólo del desarrollo del deporte a nivel local, sino de cada etapa histórica del skating en general.
La confluencia cultural provocada a principio de los setenta por la migración de hippies, cuando se celebró el festival “Mar y Sol” en Vega Baja (1972), y de surfers gringos de la costa Este de EE.UU. para quienes Puerto Rico era una especie de Hawaii del Caribe, sentó las bases. Sólo era cuestión de tiempo. Ya el surfing se había instalado, y su desenlace lógico, el skateboard, iría articulándose una identidad propia.
Todavía en deuda directa con el surfing, el estilo de correr skate primero emulaba el deslizamiento por un marullo. De esta manera, si era de noche o el mar no cooperaba, el cemento resultaba curiosamente una buena alternativa. No obstante, el perfeccionamiento de una actividad conduce a que los estándares se eleven cada vez más, y la necesidad, como dicen, es madre de las invenciones. A lo largo de los setenta y principio de los ochenta se dieron entonces varios círculos de competencia alrededor de Puerto Rico e incluso se construyó el primer skate park en Guaynabo para llenar este vacío. Poco tiempo después, el parque sería clausurado.
Aún así, en momentos de precariedad, y a pesar de proyectos gubernamentales natimuertos, la autogestión o el DIY ha sido el modus operandi por excelencia para garantizar la permanencia del ejkei en Puerto Rico. El filme de Viqueira y Hernández, infundido de esta mismo energía DIY, destaca el ingenio de muchos corredores pasados y contemporáneos. Si no era rebuscando cuanto recoveco para localizar un “ditch” – como el Ditch de Guajataca – o una piscina vacía, los skateboarders se las maniobraban y lo que no tenían lo inventaban: si antes se las ingeniaban construyendo rampas, ahora es en el diseño de guantes especiales para correr downhill en Quebradillas, por ejemplo. En la coyuntura de los ochenta y noventa el estilo street comenzó a tomar auge. Desde entonces, cada baranda, cada plaza, en fin, el paisaje urbano se prestaría como lienzo al arte del ejkei en todas sus versiones.
Un dato agradable es que Ejkei no se propone como texto exhaustivo ni autoritario sobre el tema que versa. Más bien, esta iniciativa, reconociendo su herencia, abre paso a que trabajos como este consigan la continuidad deseada. Desde este lente, el skateboarding, lejos de un hobby pasajero, cobra legitimidad como forma de existir. Así como el artista, en sus intentos más exitosos, expresa lo indecible a través de la plástica, la música y/o las letras, el ejkeiter se comunica con el mundo, y en particular con la ciudad, surcando mapas nuevos en la urbe.
1 comentario:
Disfruto mucho de las competencias que generan adrenalina y por eso es ideal disfrutar de ello. Muchas veces me importa conseguir promociones en vuelos y de esta manera poder llegar a distintos lugares en donde disfrutar de vivir competencias al limite
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