domingo, 1 de febrero de 2009

Pequeña apología de Slumdog…


Irónicamente, en mi contención con muchos de los puntos expuestos por Honduras sobre Slumdog Millionaire, tengo más acuerdos que desacuerdos… Espero no aburrirles.

Para comenzar, tiene toda la razón cuando observa que la cinta se apropia de algunas características de—por qué no—“lo peor de bollywood”. Quizá debí haber sido un poco más claro en mi postura. A mi entender, esto, la selección de “lo peor”, es, precisamente, uno de los aciertos del filme.

El tipo de obra que es Slumdog sufre/goza de claros síntomas posmodernos, y esto tiene múltiples consecuencias.

1. Por un lado, el largometraje se predica con todo el propósito sobre una visión globalizadora—si se me permite—de la India. De nuevo, esta India, para los efectos, puede ser uno y muchos lugares a la vez. O sea el puente narrativo del contenido es un superfluo juego de “Who Wants to be a Millionaire?” en un país que dista por mucho del contexto social estadounidense que dio origen a este fenómeno mediático, pero que no obstante puede sumergirse de igual manera en esa fabula de amor/destino/esperanza que rige mucho de nuestras creencias o supersticiones como espectadores.

2. Danny Boyle es decididamente necio si pretende acomodarse en el Olimpo de directores indios serios (los cuales me arrepiento mil veces no conocer). Preferiría pensar que hasta por cierto decoro y respeto el susodicho se aleja de esa tradición. Con más razón, el director inglés merece una clasificación mucho más oportuna. Su trabajo se acerca más a la casta de directores que han osado entrar a hollywood manteniendo cierto cinismo, cruzando sus historias a través de la cuerda floja que es el kitsch. Paul Verhoeven, Brian De Palma y hasta el mismo Todd Haynes, a mayor o menor grado, representan casos de éxito en este ámbito—todos, en mi opinión, con mucha más consistencia en su carreras fílmicas que el director en cuestión.

3. Boyle, entonces, corre el riesgo que corre cualquier autor—en el sentido más burdo y práctico del término—que apueste al kitsch para vendernos una historia. He aquí el meollo ético del asunto. Las siguientes citas de Hermann Broch, severo crítico de este “arte”, que encontré en un blog pueden aclarar a lo que voy:

“La esencia del Kitsch es la confusión de lo ético y lo estético, el kitsch no quiere producir lo ‘bueno’ sino lo ‘bello… el kitsch anhela… clichés prefabricados… huimos de la realidad en busca de un mundo de convenciones fijas… El kitsch crea la atmósfera de seguridad que la sociedad exige.”

Aunque estas sugerencias persiguen desacreditar este “arte”, bajo el crisol posmoderno (palabra mentada pero necesaria) conseguimos otro resultado. Desde luego podemos—debemos—preguntarnos, si esta “superficial” y globalizada visión de India, evidente desde el inicio del filme, ¿es esto algo justo, malo o bueno? Pues la verdad no sé. Pero de la misma manera, sendos cuestionamientos éticos están a propósito ausentes en cuanto al contenido del filme; no así de su estética, como trataré de demostrar.

4. Esta pregunta que lanza Honduras es crucial: “¿Cómo alguien –digamos, un artista o artesano- puede ver cosas tan terribles, o mejor dicho, basarse en cosas tan viscerales, y no desgarrarse al reproducirla en la pantalla?”

A partir de esta reflexión, mi camarada trae una observación muy importante: el nivel dramático que podría alcanzar el filme queda constante y consistentemente desarticulado. Su montaje y puesta en escena desdramatizan momentos importantes; situaciones desgarradoras pierden su intensidad moral. Sin embargo, he aquí, en mi opinión, otro de los aciertos del filme.

Volvamos a la desdramática muerte de la madre, escena importante para comprender el punto que expongo. De paso, no viene mal la alusión a Rambo (la última de la saga) para trazar una clara diferencia ética en ambos filmes, y que a su vez ilustra la utilización del kitsch como vehículo de forma en Slumdog.


Esa representación distanciada y poco visceral de la violencia que logra el director inglés hasta cierto punto suspende cualquier ética falsa à la Rambo, y presenta en cambio, una moral mucho más objetiva. No se le persuade al espectador que sufra la pérdida de la madre del personaje a través de la explotación de la escena inherentemente desgarradora; por contrario, en un caso ideal, se le obliga a preguntarse, ¿por qué esto pasa casi por desapercibido? ¿En qué mundo me encuentro en donde el violento asesinato de una madre o la tortura infantil ya no hacen mella, y en donde, además, estos actos son ya tan normales como respirar?

Contrario a esto, Rambo, como película que obtiene la aprobación comercial y que expone un costura ideológica muy obvia, de reivindicar la intervención militar preventiva en pos de una moral ultra-consevadora, y cuya pretensión es precisamente difundir esta moral; sostiene (y hago hincapié en esto) una mirada mucho más mórbida y perversa sobre la violencia. Para lograr justicia, el héroe-director de este filme necesita bañarnos en sangre y demostrar interminables tomas, fijas incluso, de violencia inaudita, como la de un niño empalado por un insurgente birmano. Boyle, por su lado, no enseña el momento en que a un niño de Mumbai le extirpan lo ojos, sino el resultado de este acto.

Queda más justificado el retrato sesgado, frío, de la violencia que logra Boyle, que el “violence for violence’s sake” qua snuff film de Sly Stallone, cuyo propósito no es otro que estimular un goce mórbido y crear una especie de “sutura” tanto narrativa como ideológica para con el espectador. En otras palabras, el proyecto de Boyle no interesa contestar esos dilemas morales, le deja ese trabajo al espectador. Mientras, Stallone de antemano nos presenta el esquema del mal digerido (nunca pensé que estaría escribiendo sobre él, que viaje). En este sentido, el revestir y resignificar estás terribles escenas fácilmente explotables al punto de volverlas innocuas resulta consistente con la propuesta visual-narrativa que presenta Slumdog. La confusión de lo estético y lo ético que propone Bloch entran en juego aquí. Si Boyle lo realizó de manera exitosa, resulta discutible, pero no por ello menos relevante a la hora del análisis.

5. Cónsono también con la confusión de lo ético/estético que según Broch propone el kitsch, se podría argüir que el fantástico viaje de Jamal constantemente huye de la realidad (la muerte de la madre, etc.) en pos de una atmósfera de seguridad (final feliz). Una historia que se preocupa más por imitar “lo bello”—lo aceptable, el orden ideal para la sociedad—que “lo bueno”, así sea una mala imitación. Aquí sí debe haber cierto rapport con el público y sus expectativas. Dinámica que no logro del todo entender.

Finalmente… Por estas razones antes dilucidadas, creo entonces que Slumdog está más cerca en su forma de I’m Not There (2008) —mil veces superior—que de cualquier propuesta dramático-poética de Tarkovsky—aunque quizá más cerca de Michael Bay, jeje.

Habiendo dicho esto, al igual que a mi compañero, todavía no entiendo el impulso ni el atractivo a nivel de taquilla y crítica, ni mucho menos las nominaciones al oscar. Me sorprenden. De hecho, siempre pensé que la reacción más lógica al filme era la que tuvo Honduras. Aunque si de algo estoy muy seguro es que Slumdog no le conmovió los pelos púbicos a nadie. Para eso hay otra rama del buen cine.