Título: American Animal |
Género: Comedia-Drama | Duración: 93 minutos | Formato de Rodaje: 35mm |Formato
de Exhibición: 35mm | Director: Matt D'Elia | Distribuidor: Screen Media| Año:
2011
No hay por qué engañarse: de
burdas ensoñaciones está hecha la vida, para horror de horrores. Basta sólo con
una mirada cauta por el entorno para constatar lo que siempre temimos acerca de
nuestra condición innata: la creación es un engendro incomible. Aunque en estos
tiempos de salvajismo zombiapocalíptico ni el absurdo del hubris debe comprender un motivo lo suficientemente tenaz como para
seguir insistiendo a ladridos en el hecho de una bestialidad irredenta. Quizás de eso se trate. La verdadera paradoja de la carne es su inveterada miseria,
profundamente alojada en la plenitud soberana de su pocavergüenza. Por ello no
cabe duda que la artera puesta en escena de Matt D'Elia probará ser poco
efectiva en persuadir poco más de un puñado de devotos, y esto a pesar de su
inusitada genialidad. Con la creación de James, el actor-director ha dado vida a uno de los personajes más memorablemente aborrecibles en la historia del cine.
El hermetismo beckettiano de su tenue universo prácticamente ruega ser
-a lo menos- malentendido, y sin lugar a dudas, vilipendiado, a la espera permanente
del agravio del público, aguardando una reacción visceral con brazos abiertos, sonrisa de par en par y puñal en mano.
El inusual y fatídico bromance que narra el filme toma
como punto de partida la convivencia de dos compañeros de cuarto cuya
privilegiada rutina de inercia ociosa se torna en un idilio malogrado. Los dos jóvenes
que protagonizan el filme se dedican a representar la bizarría de sus fantasías
desde el confort de su lujosa atalaya neoyorquina, figurando una especie de
alegoría política sobre la alienación posmoderna. La yuxtaposición del Jimmy
que juega a ser actor y el James que sueña con las vivencias que dan contorno a
una autoría excitante sin la necesidad de salir de su apartamento establece un
contundente aun si extraño contrapunto a la saga del arquetípico trust fund baby -cuya dramatización
extrema en el filme hace de la burbuja de
soltería consentida que ambos habitan un auténtico hervidero del fracaso. A la vez que ocupa el rol de Jimmy,
D'Elia toma el mismo como directriz de un retroceso evolutivo que guía las
acciones del personaje, magnificando burlonamente el drama del titulamiento
sufrido por el niño engreído de papá y elevándolo al ámbito de lo sublime-ridículo.
La trama se desdobla en una subversión perversamente operática de la tragedia
griega. La intransigencia de su anti-héroe deriva de un egoísmo garrafal que
exacerbado por el padecimiento de una enfermedad terminal rechaza implacable la
inevitabilidad de un fin solitario, el cual procura desfigurar soliviantándose contra
la ética de trabajo del roommate
traidor, quien conspira en secreto para abandonar el nido del hastío
improductivo con la obtención de una práctica en una prestigiosa editorial
literaria. Sin embargo, las crudas artimañas de Jimmy complican la clara
identificación de un Judas en James; Jimmy es lo menos cercano que pueda haber a
una figura carismática. Y del mismo modo es su calidad de despreciable la que
nos cautiva. ¿O es que somos tan susceptibles al crudo manipuleo psicológico
como sus víctimas? Puede que como rapsodia de lo inhumano resulte incongruente
la caracterización del protagonista con nuestro resguardo de una moral
"racional".
Jimmy se obstina con ímpetu maquiavélico en mantener la
apariencia de anfitrión complaciente bajo el pretexto de una hospitalidad sin
límites. Claro, que a medida que comienza a revelársenos la perpetuidad de esta
proposición se atisba con mayor claridad la desesperación mesiánica de su
exponente. La fluctuación de la perspectiva moral en el guión refleja el subdesarrollo emocional de los
personajes, espejando la crisis del protagonista en un fraccionamiento intersubjetivo, que
genera fisuras en la figuración misma de sus personalidades, creando un yo
ideal (James), un objeto de deseo superficial (Blonde Angela) y un objeto de
seducción inasequible dadas sus constantes negativas (Not Blonde Angela), ésta última emblematizando el ennui de una apatía generacional, que
asume la enajenación misma como su modo de expresión.
La aria con que nos
arrulla el diablejo Jimmy necesariamente justifica su falta de consideración del porvenir ajeno como
práctica trascendental de amoralidad, aun cuando sólo nos muestra la
impulsividad de su carácter, signo que denota la verdadera tragedia de su vida:
la iteración obsesiva de un pathos
excepcionalista, patología que se entiende celebratoria y transgresora,
anunciándose como una nueva etapa en el desarrollo evolutivo humano. Según el
criterio que emplea a modo de afirmación, su irreverencia combativa encarna la
culminación de los esfuerzos de enriquecimiento de sus antepasados,
redefiniendo la acumulación de bienes como un afán de progreso espiritual, una
abundancia que logra su plenitud en la megalomanía. Al tenerlo todo, ya no necesita de nadie, abriendo
el camino para acogerse a la nada. Este ya no es el superhombre nietzscheano de
antaño, sino un clown que nos
reconforta con su sonrisa mientras nos asegura que las comodidades del mundo material
están a nuestra total disposición, a la vez que su lagrimita pintada se
escurre, salpicándonos ácidamente.
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