miércoles, 4 de julio de 2012

La naranja descompuesta


Título: American Animal | Género: Comedia-Drama | Duración: 93 minutos | Formato de Rodaje: 35mm |Formato de Exhibición: 35mm | Director: Matt D'Elia | Distribuidor: Screen Media| Año: 2011

No hay por qué engañarse: de burdas ensoñaciones está hecha la vida, para horror de horrores. Basta sólo con una mirada cauta por el entorno para constatar lo que siempre temimos acerca de nuestra condición innata: la creación es un engendro incomible. Aunque en estos tiempos de salvajismo zombiapocalíptico ni el absurdo del hubris debe comprender un motivo lo suficientemente tenaz como para seguir insistiendo a ladridos en el hecho de una bestialidad irredenta. Quizás de eso se trate. La verdadera paradoja de la carne es su inveterada miseria, profundamente alojada en la plenitud soberana de su pocavergüenza. Por ello no cabe duda que la artera puesta en escena de Matt D'Elia probará ser poco efectiva en persuadir poco más de un puñado de devotos, y esto a pesar de su inusitada genialidad. Con la creación de James, el actor-director ha dado vida a uno de los personajes más memorablemente aborrecibles en la historia del cine.

El hermetismo beckettiano de su tenue universo prácticamente ruega ser -a lo menos- malentendido, y sin lugar a dudas, vilipendiado, a la espera permanente del agravio del público, aguardando una reacción visceral con brazos abiertos, sonrisa de par en par y puñal en mano. El inusual y fatídico bromance que narra el filme toma como punto de partida la convivencia de dos compañeros de cuarto cuya privilegiada rutina de inercia ociosa se torna en un idilio malogrado. Los dos jóvenes que protagonizan el filme se dedican a representar la bizarría de sus fantasías desde el confort de su lujosa atalaya neoyorquina, figurando una especie de alegoría política sobre la alienación posmoderna. La yuxtaposición del Jimmy que juega a ser actor y el James que sueña con las vivencias que dan contorno a una autoría excitante sin la necesidad de salir de su apartamento establece un contundente aun si extraño contrapunto a la saga del arquetípico trust fund baby -cuya dramatización extrema en el filme hace de la burbuja de soltería consentida que ambos habitan un auténtico hervidero del fracaso. A la vez que ocupa el rol de Jimmy, D'Elia toma el mismo como directriz de un retroceso evolutivo que guía las acciones del personaje, magnificando burlonamente el drama del titulamiento sufrido por el niño engreído de papá y elevándolo al ámbito de lo sublime-ridículo. 

La trama se desdobla en una subversión perversamente operática de la tragedia griega. La intransigencia de su anti-héroe deriva de un egoísmo garrafal que exacerbado por el padecimiento de una enfermedad terminal rechaza implacable la inevitabilidad de un fin solitario, el cual procura desfigurar soliviantándose contra la ética de trabajo del roommate traidor, quien conspira en secreto para abandonar el nido del hastío improductivo con la obtención de una práctica en una prestigiosa editorial literaria. Sin embargo, las crudas artimañas de Jimmy complican la clara identificación de un Judas en James; Jimmy es lo menos cercano que pueda haber a una figura carismática. Y del mismo modo es su calidad de despreciable la que nos cautiva. ¿O es que somos tan susceptibles al crudo manipuleo psicológico como sus víctimas? Puede que como rapsodia de lo inhumano resulte incongruente la caracterización del protagonista con nuestro resguardo de una moral "racional". 

Jimmy se obstina con ímpetu maquiavélico en mantener la apariencia de anfitrión complaciente bajo el pretexto de una hospitalidad sin límites. Claro, que a medida que comienza a revelársenos la perpetuidad de esta proposición se atisba con mayor claridad la desesperación mesiánica de su exponente. La fluctuación de la perspectiva moral en el guión refleja el subdesarrollo emocional de los personajes, espejando la crisis del protagonista en un fraccionamiento intersubjetivo, que genera fisuras en la figuración misma de sus personalidades, creando un yo ideal (James), un objeto de deseo superficial (Blonde Angela) y un objeto de seducción inasequible dadas sus constantes negativas (Not Blonde Angela), ésta última emblematizando el ennui de una apatía generacional, que asume la enajenación misma como su modo de expresión. 


La aria con que nos arrulla el diablejo Jimmy necesariamente justifica su falta de consideración del porvenir ajeno como práctica trascendental de amoralidad, aun cuando sólo nos muestra la impulsividad de su carácter, signo que denota la verdadera tragedia de su vida: la iteración obsesiva de un pathos excepcionalista, patología que se entiende celebratoria y transgresora, anunciándose como una nueva etapa en el desarrollo evolutivo humano. Según el criterio que emplea a modo de afirmación, su irreverencia combativa encarna la culminación de los esfuerzos de enriquecimiento de sus antepasados, redefiniendo la acumulación de bienes como un afán de progreso espiritual, una abundancia que logra su plenitud en la megalomanía. Al tenerlo todo, ya no necesita de nadie, abriendo el camino para acogerse a la nada. Este ya no es el superhombre nietzscheano de antaño, sino un clown que nos reconforta con su sonrisa mientras nos asegura que las comodidades del mundo material están a nuestra total disposición, a la vez que su lagrimita pintada se escurre, salpicándonos ácidamente.

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