miércoles, 16 de enero de 2013

Ignacio y Don Ángel

El pasado 4 de enero ya se empañaba de tristeza el nuevo año al enterarnos de la muerte de Don Ángel F. Rivera, un verdadero baluarte de las imágenes en movimiento en Puerto Rico. Cineasta, director de teatro y televisión, Don Ángel era un comprometido de las artes y su desarrollo en Puerto Rico. Creador y mantenedor por varias décadas del Archivo de Imágenes en Movimiento de la Corporación de Puerto Rico para la Difusión Publica (WIPR) con la cual colaboró activamente hasta el momento de su muerte a los 90 años. Desgraciadamente, dicho archivo que ahora lleva su nombre y que es uno de los más completos archivos de imágenes en movimiento de la región del caribe, no se encuentra abierto al público general. Una pena que Don Ángel muriera antes de ver su apertura al pueblo al que tanto sirvió.

                                                                                 
Don Ángel  F. Rivera también es recordado por los varios trabajos cinematográficos que realizara para la División de Educación Para la Comunidad (DIVEDCO) programa pionero del gobierno de Luis Muñoz Marín que llevo el cine a las comunidades más recónditas del suelo puertorriqueño, utilizándolo como herramienta de discusión comunitaria y sociológica. Si bien era un proyecto quizás al fin y a la postre con un fin más didáctico que artístico o estético, lo cierto es que durante el periodo más fructífero de la DIVEDCO- los años 50, aunque la DIVEDCO como organismo existió hasta finales de los 70- se produjo quizás el mejor cine que se haya realizado en suelo boricua tanto a nivel artístico, como narrativo y sociológico.

En su mayoría influenciados por el neorrealismo italiano y precursores por unos pocos años de los trabajos de la Escuela Documental de Santa Fé impulsados por Fernando Birri y del ICAIC en Cuba- que serían los movimientos mayormente responsables en América Latina de promover el cine como herramienta de concientización sociopolítica- el grupo de cineastas de la DIVEDCO, compuesto por nombres imprescindibles como Amílcar Tirado, Jack Delano, Luis Maysonet, Benji Doniger, Marcos Betancourt y Ángel F. Rivera, entre otros, junto a colaboradores igualmente ilustres en las áreas de guion, fotografía y diseño de arte como: los escritores Rene Marqués, Pedro Juan Soto y Emilio Díaz Valcárcel, el fotógrafo Pedro Juan López padre, los artistas plásticos Irene Delano, Lorenzo Homar y Rafael Tufiño, por no mencionar mas nombres, debería de quedar grabado en la memoria colectiva de este pueblo sin memoria como ejemplo de artistas que utilizaron sus herramientas y conocimientos para el bien colectivo y humano de nuestra sociedad. Es una prueba de que arte e intelectualidad no deben quedarse solo en la “academia” sino ser parte de un todo que apele a la conciencia nacional. Basta solo echarle un vistazo a algunas producciones de esos fructíferos años de la DIVEDCO: El Puente- de Amílcar Tirado, en mi opinión la mejor película del cine puertorriqueño-, Modesta, La Noche de Don Manuel, La Guardarraya, Juan sin Seso, Una Gota de Agua, La de los Cuatro Cabos Blancos, Nenen de La Ruta Mora, entre otras, y claro está, el largometraje Los Peloteros de Jack Delano para atestiguar este hecho. Don Ángel F. Rivera dirigió dos de las mejores películas del acervo de la DIVEDCO: Ignacio (1956) y Un Día Cualquiera (1953). Incluso logró ganarle a Puerto Rico uno de sus primeros premios internacionales en cine ya que Ignacio fue reconocida con una mención de la crítica internacional en el Festival de Cine de Venecia- uno de los más prestigiosos del mundo- del año 1956.

                                                                       
Son muchas las cosas que se pueden decir de la DIVEDCO y su acervo cinematográfico aunque en Puerto Rico, país de memoria corta y de dejadez cultural por parte de sus gobernantes, no sea tan conocida como debiera serlo. En dicha producción se pueden escarbar y reconocer todas las contradicciones y paradojas de lo que fue el “Muñozismo” que a seis décadas de Estado Libre Asociado todavía es tema tan vapuleado y complejo en la psiquis puertorriqueña. Pero eso es tema para otro ensayo que pide escribirse muy pronto. Más allá de agendas políticas, sociales y didácticas, el cine de la DIVEDCO tiene un incalculable valor visual y narrativo que destaca por su fina artesanía clásica, prueba de que si el dinero faltaba, sobraba el ingenio y la creatividad. Ahora que casi todo el acervo cinematográfico de la DIVEDCO se puede apreciar por YouTube, espero que nuevas generaciones se acerquen a él.

Ahora paso a reproducir un artículo que escribí sobre Ignacio y mi encuentro con Don Ángel F. Rivera, texto publicado originalmente en el semanario Claridad en noviembre de 2002:

“El pasado 15 de noviembre asistí a una grata actividad. En el barrio Santa Olaya del Bayamón rural concluía esa noche el Proyecto A Todo Rincón del Archivo Nacional de Puerto Rico, auspiciado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Dicho proyecto se encargó de llevar por diferentes comunidades el cine de la División de Educación Para la Comunidad (DIVEDCO). Esa noche se vio el mediometraje Ignacio, realizado en 1956 precisamente en el barrio Santa Olaya, dirigida por Ángel F. Rivera y adaptada del cuento de Rene Marques: Los Casos de Ignacio y Santiago.
                                                                         
El rescate de ese cine olvidado y realizado hace ya más de 45 años debe ser motivo de alegría para el pueblo entero. Considero que las películas realizadas bajo el ala de la DIVEDCO durante los años 50 constituyen la edad de oro del cine puertorriqueño. Nunca en nuestros intentos de forjar un cine nacional se ha producido más que en aquella época en términos de calidad, cantidad e ingenio. Es un cine que hasta ahora no ha sido superado en esas áreas en lo realizado posteriormente en suelo nacional.

En vez de tomar esa herencia de dicho cine, replantearla y recontextualizarla en nuestro presente, nos hemos dedicado las pocas veces que se logre echar un gran proyecto cinematográfico adelante, a obviar o distorsionar nuestra condición sociocultural y copiar modelos extranjeros que por nuestra misma condición- sí, colonial, no hay que negarlo- nos son imposibles de copiar en términos de escala y ambiciones comerciales. Claro está, en estas cuatro décadas, Puerto Rico ha cambiado infinitamente y de alguna manera nuestro cine debe avanzar ideológicamente y salir de su estancamiento moral. Pero para eso creo que podemos tomar nota del cine de la DIVEDCO, en que se solía hacer mucho con poco, con una modestia narrativa pero con la preocupación de contar bien una historia sin que nada sobre ni falte y sobre todo, la necesidad punzante que debe tener nuestro cine de ser reflejo de nuestra realidad como pueblo y ser bálsamo de la misma.

El argumento de Ignacio no puede ser más sencillo y sigue la fórmula de la mayoría de los argumentos del cine hecho por la DIVEDCO. Se expone un problema social o familiar dentro de un núcleo rural de clase baja, y la manera de resolverlo. Existe el ciudadano común que no se atreve a alzar la voz y por otro lado el ciudadano altanero que se responsabiliza de llevar la voz cantante y hacer política pública para sus bienes- el villano de la historia por decirlo así. En este caso, la historia principal concierne a Ignacio (Ulpiano Mulero) y su esposa Gabriela (María Rivera) y un pequeño hijo que con su tala le provee el sustento a su familia. Ignacio, sin embargo, vive ignorando los problemas que aquejan a su comunidad y no tiene el valor suficiente para alzar su voz en contra de Don Isidro (Eliseo López), el autoproclamado líder de la comunidad. En principio, Ignacio no comprende por qué es importante dejarse escuchar ante el asunto importante de mejorar la calidad del agua del pozo del barrio, que está infectada. Pero al morir su hijo después de tomar del agua contaminada, Ignacio se tiene que enfrentar a los hechos y enfrentar su tristeza con una toma de conciencia.
                                                                             
Ángel F. Rivera- uno de los hombres a quien más le debemos en la cultura nacional por su trabajo destacado en el cine, la televisión y el teatro- estaba presente en la presentación del fime y explicaba que el modelo suyo como realizador había sido el Neorralismo Italiano, particularmente el cine de Vittorio De Sica, Roberto Rosellini y Luchino Visconti. El neorrealismo, movimiento que tuvo su máximo esplendor a finales de la década del 40 y a comienzos del 50, se destacaba por rodarse en escenarios naturales, con poco presupuesto, actores no profesionales e iluminación natural. El centro de ese cine eran las historias cotidianas que reflejaban la realidad de los entornos que retrataban y a su vez se alejaban de la influencia industrial y capitalista con un estilo documental en el que se plasmaban las acciones mientras se desenvolvían frente a nosotros (la noción de “imagen/hecho”). El modelo fue bien estudiado por Ángel F. Rivera tanto por lo visto en pantalla como por las anécdotas que compartió con nosotros allí acerca de su proceso creativo.

Algunos de los vecinos del barrio, que participaron como actores en el filme, también estaban allí presentes y compartieron divertidas anécdotas sobre su incursión en el mundo del cine. A diferencia de otras películas de la DIVEDCO en que se mezclaban actores reconocidos con actores no profesionales, la totalidad del elenco de Ignacio era del barrio Santa Olaya y con la excepción de Eliseo López- el villano de la historia- nunca habían actuado antes. Es sorprendente el buen trabajo que realizan y la naturalidad con la que se expresan, sobre todo María Rivera como Gabriela, que tiene un rostro particularmente dramático. Sin embargo el mejor momento del filme corresponde a un vecino cuyo nombre no figura en los créditos y hace del amigo que consuela a Ignacio recordándole que no debe tener “un ratón muerto en el alma” y que “el ratón muerto en nuestras almas es la timidez”. El diálogo de esa escena puede ser el mejor que haya visto en una película nacional. La analogía del ratón muerto confirma el ingenio y la naturalidad que Ángel F. Rivera impartió a este guion, dotando ese particular momento de la famosa “sabiduría de calle” típica del puertorriqueño.
                                                                         
Pero el resto del guion está igual de lleno de diálogos inteligentes y realistas que comunican con exactitud el dilema de Ignacio y su comunidad. La doble labor de F. Rivera en este filme lo reconfirma como uno de los grandes talentos de nuestro cine. En Ignacio se limita a contar una historia con economía, pero con inteligentes elementos narrativos- sobre todo las imágenes del cuento de Ignacio que abren cada capítulo y se convierten luego en la imagen en movimiento- que vuelven a ser prueba de la inteligencia creativa que puede proporcionar la falta de medios. La película entonces cumple varias funciones, es documento de la producción fílmica de la DIVEDCO y del cine de la época, documento del Puerto Rico de los años 50- con tradiciones ya extintas como el baquiné que se le hace al hijo de Ignacio, escena que a cualquiera le forma un taco en la garganta- y un modelo de lo que deberían ser las raíces de un cine nacional, si algún día aspiramos a seriamente tenerlo. Ignacio en sus 33 minutos tiene mas corazón y dignidad que la inmensa mayoría de nuestro cine. Gracias a Don Ángel F. Rivera y a todos los que formaron parte de la DIVEDCO por estos regalos, solo espero que nuestro pueblo, y nosotros los cineastas futuros, no nos olvidemos de que existen.”
                                                                             
Si están interesados en seguir este tema, les anuncio que en el programa radial “CINESTESIA” que estaré moderando a partir del 17 de enero junto al cineasta y teatrero Eyerí Cruz, le estaremos dedicando una serie de programas a la DIVEDCO y su legado. El programa se transmite por Bonita Radio, los jueves de 4 a 5 pm, lo pueden accesar en:  http://www.ustream.tv/channel/bonitaradio

http://www.youtube.com/watch?v=SmLHVuWg3o0

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