Todavía estoy digiriendo el exquisito banquete cinematográfico de la 51 edición del New York Film Festival. Todas las películas vistas, nueve en total, meritan un artículo completo dedicado a ellas. Sería muy ambicioso y agotador-para mi y para el lector- cubrirlas todas en este escrito. Como ya empiezan a separarse de la exclusividad del circuito de festivales, según vayan apareciendo en las salas comerciales iré reseñándolas. Empiezo con estas tres.
12 Years a Slave
De manera quizás desafortunada, se me hace difícil desconectar esta película de la reciente Django Unchained de Quentin Tarantino. No tanto en cuanto al tono o ideología, sino en la inclusión del tema de la esclavitud. Luego de más de un siglo de cine los cineastas recién empiezan a revelar historias acerca de uno de los mayores traumas de la civilización moderna. Si Tarantino puso el tema en el tapete, Steve McQueen le dio su merecido tratamiento. Ambas películas retratan el horroroso viaje de un esclavo por varias plantaciones del sur de los Estados Unidos y el maltrato sádico de los amos blancos. Hasta aquí las semejanzas que simplemente remiten al más básico dato histórico. Donde Tarantino se decide por la mofa, el pastiche y los disparates al servicio de sus juegos meta-cinematográficos, McQueen, opta por mantenerse en un realismo gráfico de responsabilidad histórica y respeto literario. El filme de McQueen utiliza como fuente principal el testimonio escrito por Solomon Northup. Antes de la guerra civil, Solomon, un hombre negro y libre del norte, músico y padre de familia, es secuestrado y vendido como esclavo en el sur. La película relata su terrorífica odisea durante 12 años enfrentando todo tipo de crueldad física y psicológica.
La película ahonda en los muchos matices de las relaciones amo-esclavo y humaniza, ampliando el espectro de representaciones, a los personajes, desde la comunidad de esclavos hasta los terratenientes blancos. McQueen no opta por la fácil victimización del negro. Se enfoca en la fortaleza espiritual de los personajes y en la posibilidad de encontrar entereza de carácter inclusive bajo el peor de los yugos. En contraparte, con el amo blanco se ofrece una reflexión de las ideologías del racismo y de sus muchos puntos de quiebre. El terror a la otredad es uno de los temas más relevantes en 12 Years a Slave . Del blanco vemos su odio, envidia, locura y capacidad de violencia pero también en ciertos casos la compasión y solidaridad.
Interesantemente ambas películas, Django Unchained y 12 Years a Slave son proyectos liderados por un director blanco y por un afro-inglés, respectivamente. Las discusiones que han levantado ambos filmes son imprescindibles a la hora de pensar los conflictos raciales de la cultura americana, y en definitiva para poner el tema en el mundo del cine. Paradójicamente sigue faltando la visión de un afro americano. Este dato tristemente nos dice mucho del estatus del cine negro en los Estados Unidos.
Bastards
Claire Denis es una maestra del cine mórbido. Solo recordar la “canibalesca” Trouble Every Day (2001) o la ansiosa White Material (2009) y ya empiezan los escalofríos. Su cine es duro y sórdido igualado quizás con el de Michael Haneke o Catherine Breillat. Denis se dedica a tratar los aspectos más oscuros de la condición humana. Su nueva película Bastards (Les salauds) es otra adición a esta tendencia fílmica. Nuevamente la conexión temática entre sexo, perversión y muerte se establece. Los personajes se enredan en una trama trágica de mentiras y secretos horribles. Denis a pulido su estilo y muestra mucho aplomo a la hora de traer su propuesta de thriller. Los diálogos son mínimos y es la imagen la que domina la puesta en escena ya sea para mostrar, o en muchos casos, para ocultar. Las omisiones visuales y de palabras son herramientas claves para la creación del suspenso narrativo de Denis.
En Bastards, Marcos (Vincent Lindon), un capitán de barco, debe abandonar su vida en alta mar para investigar el suicidio de su cuñado y la violación de su sobrina. Marcos sospecha y trata de vengarse de un viejo empresario involucrado con su familia en asuntos turbios de prostitución y ceremonias sádicas. Como en los clásicos noir el investigador se enamora de la mujer equivocada: Raphaelle (Chiara Mastronianni), la esposa del empresario.
Lo interesante de la película es que el héroe a pesar de su valentía y sabiduría de calle no esta a la altura del horror de la situación y de los requerimientos para combatir a los hijos de puta que hace referencia el título. En este sentido es una película sobre el fracaso del héroe.
El soundtrack de la banda inglesa Tinderstick, el pietaje crudo de video y la presencia de sus actores fetiches Alex Déscas y Grégoire Colin, hacen de ésta una pieza altamente representativa del universo truculento de la cineasta.
Blue is The Warmest Color (La vie d’ Adèle)
Creo que desde que ganó la Palma de Oro del más reciente Festival de Cannes, Blue is The Warmest Color se ha convertido en la película mejor cubierta por la prensa en el circuito de festivales. Mucho se ha dicho y se ha celebrado de este filme que en líneas generales retrata el despertar sexual gay y la transición entre adolescencia y adultez de una joven francesa de clase media baja. Se ha mencionado hasta la saciedad lo de ser un épica lésbica (3 horas de metraje) que normaliza, para bien o para mal, el tema homosexual. También se ha atacado o defendido la duración de las escenas de sexo y el derecho de un hombre de apropiarse de una historia sobre la feminidad. Ciertamente hay que decir que la película conmueve a audiencias fuera de los ámbitos queer; que las escenas de sexo son gráficas y largas (aunque están filmadas con una estética que se aleja de porno burdo y, a mi parecer, se justifican en tanto muestran la química sexual de la pareja); y, aunque lo del género del director y su capacidad para comprender a cabalidad el tema, resulta sospechoso, en su defensa diría que Adellatif Kechiche asume una perspectiva humanista e universal llamando la atención de la audiencia hacia el deseo que se genera entre la pareja protagonista, y no tanto hacia una posible definición de la feminidad o el lesbianismo.
Aparte de estos debates, quisiera resaltar varios aspectos que me llamaron la atención. El filme se desarrolla en la ciudad industrial y estudiantil de Lille. Aunque esta ciudad del norte de Francia en muy pocos momentos es retratada por el director quien prefiere las tomas cerradas, algo de su ambiente liberal y cosmopolita se trasluce en todo momento. Es por ello que el tema de la homosexualidad parece no ser tan traumático y aunque no deja de existir el “bullying “escolar y la necesidad de ocultar por momentos las preferencias sexuales, los personajes se mueven libremente por las calles viviendo su relación frente a todos. Esto le permite a Kechiche acercarse y desarrollar la relación en tanto historia de amor más allá del tema y los issues gay (siempre presentes pero no dominantes).
Otro aspecto de relevancia sobretodo en la última parte de la película es el enfrentamiento entre una clase artística de élite y la clase media trabajadora. Adèle es una chica inteligente y de gustos literarios que prefiere una vida al margen del arte como maestra de niños. Emma por el contrario es una artista en búsqueda del éxito que se rodea en todo momento de intelectuales snobs y artistas plásticos. La relación entre Adèle y Emma funciona a la perfección dentro de la cama y mientras Adèle es estudiante, pero una vez ella se convierte en maestra y viven una cotidianidad juntas, dejan de encajar en los respectivos mundos. Pocas películas han retratado tan bien este choque no tanto de trasfondos económicos sino de bagaje e intenciones intelectuales artísticas y como dan al traste con el amor de pareja.
Muchos más temas son posible desarrollar. Definitivamente la película es cautivadora y hermosa con un balance actoral, de puesta en escena y guión que la pone entre lo más alto del cine francés actual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario