Esto era el post que no pude publicar anoche porque no habia conección:
Fue una noche llena de nostalgia, sin Pop Corn ni palomitas de maíz, pero con la presencia de muchos cineastas de camadas nuevas y viejas; todas convergiendo en el teatro Karl Marx de la Habana. La mayor parte de las butacas estaban ocupadas por un público cubano que se caracteriza por su bulliciosa ansiedad y presencia. El Festival abrió con la nueva cortinilla del festival, siempre con la misma melodía insistente. Lo primero que se proyectó fue un corto documental realizado por Enrique “kiki” Álvarez, el cual hacia un seguimiento audiovisual a través de distintas figuras y obras representativas del Movimiento de Nuevo Cine latinoamericano. Acto seguido, el bailarín cubano Carlos Acosta performó una canción francesa, lo que daría paso al discurso rehistórico de Alfredo Guevara, presidente de la Fundación de NCL. Luego de esto, siguió la entrega de los Corales de Honor. Cuatro fueron los cineastas que se llevaron estas estatuillas: Nelson Pereira Dos Santos, Jorge Sanjinés, Paul Leduc y Miguel Littín. Los primeros dos no estuvieron presentes, en cambio, Leduc y Littín elevaron los sentimientos de nostalgia de los espectadores, con sus presencias. Primero habló el realizador de “Frida, naturaleza viva” y “Cobrador”. Sus palabras carismáticas fueron breves, y fueron al grano, tanto que me he olvidado lo que dijo. En cambio Littín, al subir al escenario extendió su discurso de una manera tan enérgica, que su voz atravesó el tiempo hasta hacerla llegar a las tierras del ayer donde se afirmaron las raíces de un Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano. El director del “Chacal de Nahueltoro” habló de la antigua cepa, de las energías, las miradas, los actos revolucionarios de todos los viejos cineastas que lucharon por que cada cine nacional de América latina tuviera su imagen propia, su propio lenguaje cinematográfico. Hizo mención de los cineastas ausentes, premiados con el coral, lo cuales formaban partes del esqueleto de ese gran todo que batalló por el cine latinoamericano, e instó a tomar conciencia, de que la nueva generación de cineastas de América eran los herederos del movimiento. Fue realmente emocionante ver a un cineasta como Littín, aún beligerante y revolucionario, pero también fue triste ver a una persona que hablaba del Movimiento como si aun existiera. La nostalgia habló por él. El movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano existió, fue real, pero ya no; los caracteres individualistas de nuestras nuevas generaciones han terminado con un él. ¿O quizás él mismo acabó con él? Incluso, habrá quien bajo buenos argumentos contradiga la existencia de él, pero la realidad en este momento es otra. No hay una unión bolivariana del cine, pero si hay en cada nación los deseos individuales –no colectivos- de hacer un cine nacional que corresponda a las realidades de cada uno de nuestros países. Quizás por esto aún Littín se aferra a la idea de que aun existe el movimiento, ya que esta era una de las características de un movimiento que nació sin manifiesto, que fue desorganizado, carente de una unión estética e ideológica. Hay que tomar en cuenta que ninguno de los distintos movimientos cinematográficos del mundo han durado lo que él MNL pretende durar. Para concluir se podría decir, que la inercia del pasado que impulsó los discursos de Guevara y Littín, de alguna manera sirven para construir una visión del pasado del Movimiento como algo que no ha muerto, que es eterno, y que sin duda puede ser una herramienta, un arma, que inspire a los nuevos cineastas de nuestras naciones, para que estos sigan luchando por sus cinematografías, montados en el fantasma bolivariano de nuestro desaparecido Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano.