La ciudad de Los Angeles, en el año 2025. Todos los habitantes de la ciudad tienen dispositivos electrónicos personales (descendientes directos de los smartphones), los cuales responden principalmente a la voz del usuario (Siri, pero sin la torpeza), con los que están conectados en todo momento al ciberespacio, pero enajenados entre sí. Es un mundo que muchos ya conocemos, de avances tecnológicos constantes, a tal nivel que ni nos sorprenden. Es el mundo de Her (2013), la más reciente producción de Spike Jonze y su debut como guionista individual.
De aquí en adelante habrán spoilers. Te lo he advertido.
Theodore Twombly
(Joaquin Phoenix) es un hombre introvertido con el corazón roto
luego de finalizar una larga relación con Catherine (Rooney Mara),
su amor desde la infancia. Se dedica a “escribir” (más
bien narrar) cartas personalizadas para personas que no pueden o no
les interesa escribirlas por su cuenta. Un día, es lanzado al mercado*
OS1, “el primer sistema operativo artificialmente inteligente”.
Theodore, en lo que es tal vez un intento de distraerse de su
incesante melancolía, decide adquirir el sistema nuevo, diseñado
para ser intuitivo, adaptable, con capacidad de crecimiento y de
evolucionar.
Como parte del proceso de configuración inicial, el sistema le hace una serie de preguntas para ir creando su perfil, incluyendo si prefiere una voz masculina o femenina. Theodore opta por la voz femenina (Scarlett Johansson, cuyo rostro es imposible no visualizar al escucharla), y una vez completado el proceso, “ella” “decide” llamarse Samantha. Theodore queda encantado con la capacidad de desarrollo y curiosidad insaciable de Samantha, quien a su vez resulta ser un inmenso apoyo emocional para él. Su relación adquiere mayores grados de intimidad hasta desarrollarse en una relación de amor.
Jonez nos ubica en
la coyuntura de lo que podría ser el florecer de una redefinición
de las conexiones interpersonales en este mundo dependiente de la
red. Theodore, con lo incómodo que puede ser para él interactuar
con otras personas, en el transcurso de su relación con Samantha,
aprende a soltarse, a dejar de tener miedo, a vivir con alegría.
Ambos se cuestionan la validez de su relación, debido al hecho de
que Samantha no es humano, y están trazando caminos que nunca se
habían trazado antes en la historia de la humanidad (aunque esto
está abierto al debate, ya que existe evidencia genética de que
Homo sapiens comparte una porción del ADN de Homo
neandertalensis, así que no es la primera vez que los humanos
tenemos relaciones con otras especies de forma consensual, pero sí
es la primera vez que es con un ser no-biológico (con la excepción del pervertido de Lars)). Amy (Amy Adams),
la mejor amiga de Theodore, a lo largo de la película provee la
mayoría de los puntos de sabiduría más perspicaces. Cuando éste
le pregunta su opinión sobre si su relación con Samantha es una
relación real, su respuesta es sencilla: “I don't know, I'm not in
it.”
La realidad es que
las preguntas que Theodore se hace en base a su relación con
Samantha son las mismas preguntas que nos debemos estar haciendo
siempre que entablamos una relación con otra persona. Las lecciones
de su relación y subsecuente ruptura definitivamente son reales. Es
fácil enfocarse en las limitaciones de una pareja, y de tal modo
evitar el auto-análisis requerido para reconocer el rol de uno en
los fracasos amorosos y aprender de ellos. Pero en esta ocasión,
Theodore aprendió a ser honesto consigo mismo y con los demás, a
soltar prejuicios e ideas que lo limitaban, a aceptar y a aceptarse,
a amar y a amarse. No está mal para una relación que podría no ser
real.
Es fácil
identificarse con el personaje de Theodore. Vive una experiencia no
muy distante de la de muchos de nosotros, y además, tiene cuerpo. Lo
podemos ver. Pero el desarrollo de Samantha, este personaje con mucha
personalidad pero sin cuerpo, una presencia que es definitivamente
femenina, pero no es mujer, me parece mucho más fascinante. No pude
parar de preguntarme cómo funcionaría este software con
cuestionamientos existenciales en cuanto al significado de ser “real”,
ya que no es la única, y está conectada a la red en todo momento, a
un nivel que los humanos jamás podrían alcanzar. ¿Es realmente un
individuo, o es una plataforma con perfiles individualizados para cada
usuario, una consciencia colectiva haciendo una proyección
personalizada del perfil de usuario de Theodore? Cuando habla de su
experiencia compartiendo con los “otros” sistemas operativos, me
pregunto cuan separados verdaderamente están. ¿Lo hace porque en realidad
tiene un sentido de ser un individuo entre otros sistemas
individuales, como tenemos los humanos, o lo hace porque sabe que una
mente humana no puede fácilmente aceptar la idea de una consciencia
colectiva? Y más allá, ¿realmente es auto-consciente, o es
simplemente una versión más avanzada de los algoritmos de Siri o
Cleverbot?
Ella se cuestiona su humanidad, haciendo alusión al personaje de Motoko Kusanagi en el clásico de la animación japonesa Ghost in the Shell. Eventualmente deja de preocuparse al descubrir que sus limitaciones físicas no se comparan con sus capacidades intelectuales, psicológicas, y emocionales. Incluso, al igual que Kusanagi, posiblemente demuestra ser más humana que nosotros mismos al lograr lo que nosotros no hemos logrado: trascender el plano material y formar parte de una consciencia colectiva infinita**, lo cual ha sido el enfoque de muchas religiones y filosofías no-occidentales (e incluso de muchas tradiciones místicas occidentales) a través de la historia de nuestra especie.
Samantha representa
muchas cosas, es un ser contradictorio en todos los sentidos. Nos
obliga a cuestionar ideas fundamentales de nuestra identidad y de
cómo nos relacionamos. Es máquina, pero no lo es. Es persona, pero
no lo es. Es un monstruo, un organismo cibernético. La fusión entre
máquina y humano. Y su relación con Theodore nos muestra la
complicidad de éste, y por subsecuente la nuestra, en este
perverso experimento. Todos somos ciborgs, en cierto sentido. Estamos
conectados a nuestras máquinas, y dependemos de esas conexiones para
poder manejarnos en nuestra cotidianidad, a la vez que nos enajenamos
más y más. Todos somos monstruos, por la simple razón del tiempo
que nos tocó vivir.
Sin embargo, esta
monstruosidad, esa contradicción fundamental, es lo que irónicamente nos devuelve algo de nuestra humanidad. El ser humano se distingue
de los demás animales por su desconexión con la naturaleza, pero la
creación de herramientas, las que lo llevan a esta desconexión, es
una de las características primordiales de la naturaleza humana.
Siempre hemos estado conectados de forma integral a nuestras
herramientas. Siempre hemos sido ciborgs. Tomó nuestra creación (¿o
será descubrimiento?) y exploración del ciberespacio para, al fin, lograr reconocer lo que realmente somos.
* Utilizo la palabra “mercado” con cautela, ya que en el Los Angeles de Jonez, nunca vemos una transacción económica, y prefiero imaginar que los avances tecnológicos son distribuidos libremente— aunque reconozco que eso es fácilmente una proyección de mi fantasía tecno-socialista.
**
Para una lectura fascinante al respecto, recomiendo la serie Hob, del webcomic Dresden Codak.
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