lunes, 26 de enero de 2009

Herzog y lo sublime

Quizás hablar hoy de Werner Herzog como uno de los grandes del cine podría parecer algo extremadamente obvio. Pero luego de ver su último documental titulado "Encounters at the End of the World" (2007) y producido para Discovery, vale la pena repetirlo. Y es que Herzog en este documental logra acceder a lo sublime con la imagen cinematográfica que retrata su viaje hacia el continente más oscuro y desconocido: Antártica.

Dos años después de su galardonado "Grizzly Man" (2005) en el que Herzog hace una especie de pastiche con los videos de Timothy Treadwell para reconstruir la historia de su vida y su tragedia, este aclamado director vuelve con la misma voz quebrada y tenue, distintiva por el inglés "alemanizado", para narrarnos la historia del continente helado. Su viaje parece inicialmente un embarque aventurero hacia “la conquista” de Antártica. Pero todo el que conoce el trabajo de Herzog esperará encontrar algo mucho más complejo y profundo que un mero retrato paisajista.

De más está decir que Herzog aprovecha la oportunidad para documentar un paraíso terrenal. Su película convierte este paisaje en uno edénico muy lejos de los tradicionales trabajos expositivos usualmente hechos para Discovery, y transformado por la narración seductora en tono grave y sigiloso que nos lleva por caminos remotos. Aquí la voz de Herzog es crucial al igual que en sus otros documentales. Es a través de ella que nos entregamos ciegamente y con plena confianza a las manos del guía. Sin ella otra sería la historia. Además de esto, “Este documental no es una historia tradicional de pingüinos”, dice el propio Herzog a principio, chiste que sugiere el enfoque distinto que le dará este director a su documental. Sí existen las imágenes “National geographic” como por ejemplo el volcán con sus fieles científicos, el desierto de nieve y las montañas colosales, el mar de pingüinos, el universo bajo hielo, etc. Sin embargo, cada imagen aparece con una historia detrás que la transforma, la revive y la resignifica. En la historia es que está la esencia.

El primer contacto con lo sublime aparece apenas comienza la película. Una de las primeras imágenes que vemos es la de la cámara submarina que retrata el universo bajo el glaciar. Afasia es lo que provoca este principio porque es de una belleza incalculable. Creo que se trata de esa belleza de la cual hablan los filósofos y que yo francamente nunca he logrado entender bien por ser demasiado abstracta. Específicamente, lo que sublima todo es el contraste de colores entre el azul submarino que no es ni celeste ni negro sino azul-violeta parecido al color que rodea las estrellas. Y en oposición, al subir a la “tierra”, el blanco perfecto de la nieve, mezcla de todos los colores, sublime en sí mismo, mágico, ostentoso. Ambos colores le adjudican a las imágenes un carácter prodigioso. De ahí, repito, su cualidad edénica y sobrenatural. Además, lo sublime aparece aquí a través del sonido que emiten las bestias marinas bajo el glaciar porque sus “quejidos” son música perfecta para un ritual. En esta caso, un ritual que conduce hacia el final del mundo.

El segundo momento sublime del documental se presenta con las entrevistas a los habitantes y trabajadores de Antártica. Y es que curiosamente Herzog logra convertir a cada entrevistado en una especie de héroe. Frente a la cámara, y guiados por las preguntas del director, sus historias de vida se convierten en experiencias insólitas. Son historias comunes y corrientes que dentro del contexto se transforman en únicas. Entrevista a escapistas, filósofos, lingüistas, técnicos de computadora, científicos, etc., cuyo carisma convence a cualquiera de dejarlo todo y emigrar hacia los glaciares. “I want to see the poet” le dice Herzog a uno de los científicos cuando lo va a entrevistar. Podríamos argüir que esta poesía, al menos en parte, es lo que le añade el carácter sublime a las historias.

El tercer y último momento sublime que discutiré aparece fuera de la película porque esta contiene un segundo DVD con una entrevista que le hace Jonathan Demme al propio Herzog en el Museum of the Moving Image de Nueva York. En la misma, lo primero que Demme hace es leer una preciosa carta que le escribiera Roger Ebert a su amigo Herzog agradeciéndole por la dedicatoria del documental aquí descrito. Y lo hermoso es que Herzog llora. Imagínense. El final de la carta es tan bello que se le ve salir una lágrima del ojo derecho cuando Demme lee la parte sobre el pingüino desorientado. He aquí el tercer momento sublime que para entenderlo hay que ver la película y la entrevista. Ambas son imprescindibles. Ahora bien, para aquellos de ustedes que ya las hayan visto aquí les envío la carta de Ebert publicada en el siguiente link de su blog para que revivan el momento:

A letter to Werner Herzog: In praise of rapturous truth

by Roger Ebert

November 17, 2007

http://rogerebert.suntimes.com/apps/pbcs.dll/article?AID=/20071117/PEOPLE/71117002