Esa lista es la imagen con la que me vestí hoy por la mañana.
“Shoah” (1985) de
Claude Lanzmann: Después de más de nueve horas escuchando los testigos de los
sobrevivientes de la catástrofe, uno percibe que el horror está compuesto de
incontables esferas de lo indecible.
“La Société du
spectacle” (1973) de Guy Debord: El cine necesitaba ser destruído y exhibido
como un cuerpo abierto en plena mesa de autopsias para que pudiéramos verlo a
toda fuerza.
“Histoire(s) du
cinéma” (múltiples episodios) de Jean-Luc Godard: Porque el cine debía ser
resucitado, ahora como escritura de la historia, o la historia como ficción.
“Deus e o Diabo
na Terra do sol” (1964) de Glauber Rocha: Simplemente alguien podría dividir el
cine brasileño en antes y después de Deus
e o Diabo. La estética del cangaço
mezclada a la música popular y a la fotografía de Glauber es el medio perfecto
para presentar la Edad Media que pasó tardíamente en Brasil.
“Man With a Movie
Camera” (1929) de Dziga Vertov: En el cine lo más importante es el ojo, o cómo
engañarlo.
“Fuego en
Castilla” (1961) de José Val del Omar: La película es por excelencia el espacio
artístico en el que la tecnología está permanentemente unida a lo místico.
“Red Psalm” (1972)
de Miklós Jancsó: La temporalidad de Jancsó, con sus largas tomas sin cortes, y
la música melancólica, crean una de las sensualidades más sensiblemente
violentas.
“The Cut Ups” (1966)
de Antony Balch y William Burroughs: Porque la vida es también fragmentaria.
“Bodas de sangre”
(1981) de Carlos Saura: La adaptación cinematográfica es tal vez el género más
difícil de las artes, aquí, aparentemente sin muchas pretensiones, vemos la
obra de Lorca pujante.
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