jueves, 12 de diciembre de 2013

A propósito del cine político “impersonal” de Steve McQueen (director)


-So what makes it different from the last time?
-Last time the strikes were flawed. It became emotional.
                                                            Hunger (2008)

Steve McQueen es un cineasta más lúdico que experimental. Con el filme 12 Years a Slave (2013), su tercer largometraje, ha logrado domesticar  con éxito su técnica en pro de un cine más comercial. Sin embargo, a pesar de que la crítica, el público en general y el “tomatómetro” de Rotten Tomatoes – que nos vende la “objetividad” al precio de una estadística porcentual en el fondo tan nimia como superficial – han consagrado dicho filme, en algunos casos calificándolo de “obra maestra”, de otro lado hay espectadores y/o críticos que no le comen el cuento al realizador. La queja de éstos, curiosamente, tiene menos que ver con el contenido, polémico en sí, de su filmografía, que con su aspecto formal. Sin restarle importancia al sinnúmero de diálogos/debates pertinentes acerca de la escasa y/o problemática representación de la esclavitud en la historia del cine – entre otros temas que merecen discusión –, existe otra inquietud, ya no sólo con este último largometraje, sino evidente también en Hunger (2008): específicamente, se cuestiona si la mirada estética del director termina ofuscando la dimensión humana y/o politico-ideológica de la historia que retrata. En pocas palabras, ¿padece McQueen de un clásico caso de “style over substance”?

Para elaborar el presente escrito he prescindido de hacer referencia a Shame (2011) porque –además de que el filme no es santo de mi devoción – no cabe duda que tanto Hunger como 12 Years a Slave son filmes acuñados desde la fibra política ya presente en las historias “verídicas” que cada uno adapta respectivamente, a saber: la resistencia y eventual huelga de hambre de unos reclusos republicanos irlandeses, liderados por Bobby Sands (Michael Fassbender) en 1981; y el infrahumano periplo impuesto a Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), un negro nacido libre en la época previa a la Guerra Civil estadounidense y que luego, en 1841, fuera raptado y vendido como esclavo. Teniendo en mente estos dos polos de la filmografía de McQueen cabe, entonces, la interrogante expuesta arriba.

La propuesta de McQueen contrasta con el cine abiertamente político a lo Costa-Gavras, Gillo Pontecorvo, o incluso al naturalismo de Ken Loach. (Un buen ejercicio quizá sería imaginarse estos dos filmes dirigidos por cualquiera de esos directores.) Aunque no dudamos de la inclinación ideológica de McQueen la exposición narrativa que pone en práctica, al conferirle especial cuidado a la estética de sus imágenes, parecería restarle importancia, por un lado, al rimbombante “statement” político, a la moraleja, y, por otro, al desarrollo de personajes en estricto sentido convencional.
 
Sobre lo que llama el “impersonal approach”, el crítico Ed González de Slant observa que “McQueen, as is his wont, is largely content to craft images and sounds that strongly convey atmosphere and evoke great horrors, but are less visualizations of human feeling than artistic posturing.” El crítico añade también que el filme Shame ya había confirmado una aversión por parte del director a sumergirse en la psicología de los personajes. González admite el talento del realizador, incluso hace mención honorífica de un puñado de escenas de 12 Years a Slave, pero aun así no logra conectar ni identificarse con la película a un nivel emotivo. Las fallas que el crítico detecta, sin embargo, responden más bien a expectativas frustradas: al hecho de que González presume necesario un sinnúmero de convenciones que poco le interesan al esteticista McQueen. Si bien es cierto que su manera de construir y desarrollar una historia (y personajes) no responde a criterios clásicos, ni siquiera nítidos, cerniéndose más bien sobre un estilo semi-elíptico, en el cual vale más la ambientación que la explicación, esto no quiere decir que McQueen deseche la dimensión psicológica de sus personajes, ni mucho menos que no exista una especie de rapport, afinidad o harmonía, entre el espectador y lo que ve, o mejor, experimenta.

La exposición narrativa escueta que propone el cine de McQueen exige, sobre todo, tiempo y paciencia; exige que posemos la mirada sobre un objeto, lugar o personaje por más tiempo de lo usual. Para McQueen, entonces, la imagen no se resuelve de inmediato: en un primer nivel, llama más la atención lo que retrata el plano en sí, cual lienzo en una galería, que su aportación a la narrativa general.  

En una escena casi al principio de 12 Years a Slave, por ejemplo, se ve, en close up, un plato lleno moras por el cual discurre la tinta que destilan las mismas frutas. Son las manos de Northup las que sostienen el plato; y luego vemos la mirada del mismo hombre posarse fijamente sobre el objeto. Todavía no conocemos bien las circunstancias. Tiempo después esa estela morada, tan inofensiva en principio, se revela como la tinta que intentará utilizar Northup para regresar a la libertad. Fuera de contexto, la primera imagen – preciosa en sí misma – no vale mil palabras, es decir, no ofrece mucha más información que la que muestra. Sin embargo, a medida que los planos, oscilando entre flashbacks y flashforwards, esculpen una cierta cronología, entonces aquella imagen en tanto imagen, tan aparentemente aislada de contexto al principio, cobra un sentido concreto con respecto a la narrativa más amplia y hasta nos devuelve el carácter político y psicológico que parecía carecer antes.

La propuesta cinematográfica de McQueen simula lo que podríamos llamar una puesta en escena fenomenológica: se retratan los cuerpos, los objetos y los personajes sin atribuirle cualidades psicológicas (obvias) a priori. Esta aprehensión “impersonal” sobre las cosas logra mayor impacto dado que el director es comedido con la banda sonora – de hecho, los instantes más logrados de su filmografía, me parece, son aquellos donde impera el sonido de ambiente, o el silencio, ya que agudizan la experiencia visual. A raíz de este cuadro reduccionista resulta natural concluir que estamos ante un gran ingeniero de lustrosas imágenes en ultima instancia carentes de sustancia. No obstante, tomando como punto de referencia a Hunger y 12 Years a Slave, el “impersonal approach” de McQueen tiene la virtud de evocar la intensidad intrínseca de cada una de estas “historias verídicas” sin necesidad de recurrir a la biografía exhaustiva de sus respectivos protagonistas; es decir, sin necesidad de redundar ni ser obvio. De esta manera, prestando un ojo depurado de los psicologismos chatos y las boberías políticas que suelen dar triste vida a los llamados biopics, McQueen permite que el acervo psicológico/político-ideológico de cada historia aflore de los mismos objetos (personas o lugares) que filma.

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