-So what makes it different from the last
time?
-Last time the strikes were flawed. It
became emotional.
Hunger
(2008)
Steve McQueen es un cineasta más lúdico que
experimental. Con el filme 12 Years a
Slave (2013), su tercer largometraje,
ha logrado domesticar con
éxito su técnica en pro de un cine más comercial. Sin embargo, a pesar de que
la crítica, el público en general y el “tomatómetro” de Rotten Tomatoes – que
nos vende la “objetividad” al precio de una estadística porcentual en el fondo
tan nimia como superficial – han consagrado dicho filme, en algunos casos
calificándolo de “obra maestra”, de otro lado hay espectadores y/o críticos que
no le comen el cuento al realizador. La queja de éstos, curiosamente, tiene
menos que ver con el contenido, polémico en sí, de su filmografía, que con su
aspecto formal. Sin restarle importancia al sinnúmero de diálogos/debates
pertinentes acerca de la escasa y/o problemática representación de la
esclavitud en la historia del cine – entre otros temas que merecen discusión –,
existe otra inquietud, ya no sólo con este último largometraje, sino evidente
también en Hunger (2008): específicamente,
se cuestiona si la mirada estética del director termina ofuscando la dimensión
humana y/o politico-ideológica de la historia que retrata. En pocas palabras,
¿padece McQueen de un clásico caso de “style over substance”?
Para elaborar el presente escrito he prescindido de
hacer referencia a Shame (2011)
porque –además de que el filme no es santo de mi devoción – no cabe duda que
tanto Hunger como 12 Years a Slave son filmes acuñados
desde la fibra política ya presente en las historias “verídicas” que cada uno
adapta respectivamente, a saber: la resistencia y eventual huelga de hambre de
unos reclusos republicanos irlandeses, liderados por Bobby Sands (Michael
Fassbender) en 1981; y el infrahumano periplo impuesto a Solomon Northup
(Chiwetel Ejiofor), un negro nacido libre en la época previa a la Guerra Civil
estadounidense y que luego, en 1841, fuera raptado y vendido como esclavo.
Teniendo en mente estos dos polos de la filmografía de McQueen cabe, entonces, la
interrogante expuesta arriba.
La propuesta de McQueen contrasta con el cine
abiertamente político a lo Costa-Gavras, Gillo Pontecorvo, o incluso al
naturalismo de Ken Loach. (Un buen ejercicio quizá sería imaginarse estos dos
filmes dirigidos por cualquiera de esos directores.) Aunque no dudamos de la
inclinación ideológica de McQueen la exposición narrativa que pone en práctica,
al conferirle especial cuidado a la estética de sus imágenes, parecería
restarle importancia, por un lado, al rimbombante “statement” político, a la
moraleja, y, por otro, al desarrollo de personajes en estricto sentido convencional.
Sobre lo que
llama el “impersonal approach”, el crítico Ed González de Slant observa que
“McQueen, as is his wont, is largely content to craft images and sounds that
strongly convey atmosphere and evoke great horrors, but are less visualizations
of human feeling than artistic posturing.” El crítico añade
también que el filme Shame ya había
confirmado una aversión por parte del director a sumergirse en la psicología de
los personajes. González admite el talento del realizador, incluso hace mención
honorífica de un puñado de escenas de 12
Years a Slave, pero aun así no logra conectar ni identificarse con la
película a un nivel emotivo. Las fallas que el crítico detecta, sin embargo,
responden más bien a expectativas frustradas: al hecho de que González presume
necesario un sinnúmero de convenciones que poco le interesan al esteticista
McQueen. Si bien es cierto que su manera de construir y desarrollar una
historia (y personajes) no responde a criterios clásicos, ni siquiera nítidos,
cerniéndose más bien sobre un estilo semi-elíptico, en el cual vale más la
ambientación que la explicación, esto no quiere decir que McQueen deseche la
dimensión psicológica de sus personajes, ni mucho menos que no exista una
especie de rapport, afinidad o harmonía, entre el espectador y lo que ve, o
mejor, experimenta.
La exposición narrativa escueta que propone el cine
de McQueen exige, sobre todo, tiempo y paciencia; exige que posemos la mirada
sobre un objeto, lugar o personaje por más tiempo de lo usual. Para McQueen,
entonces, la imagen no se resuelve de inmediato: en un primer nivel, llama más
la atención lo que retrata el plano en sí, cual lienzo en una galería, que su
aportación a la narrativa general.
En una escena casi al principio de 12 Years a Slave, por ejemplo, se ve, en
close up, un plato lleno moras por el
cual discurre la tinta que destilan las mismas frutas. Son las manos de Northup
las que sostienen el plato; y luego vemos la mirada del mismo hombre posarse
fijamente sobre el objeto. Todavía no conocemos bien las circunstancias. Tiempo
después esa estela morada, tan inofensiva en principio, se revela como la tinta
que intentará utilizar Northup para regresar a la libertad. Fuera de contexto,
la primera imagen – preciosa en sí misma – no vale mil palabras, es decir, no
ofrece mucha más información que la que muestra. Sin embargo, a medida que los
planos, oscilando entre flashbacks y flashforwards, esculpen una cierta
cronología, entonces aquella imagen en tanto imagen, tan aparentemente aislada
de contexto al principio, cobra un sentido concreto con respecto a la narrativa
más amplia y hasta nos devuelve el carácter político y psicológico que parecía
carecer antes.
La propuesta cinematográfica de McQueen simula lo
que podríamos llamar una puesta en escena fenomenológica: se retratan los
cuerpos, los objetos y los personajes sin atribuirle cualidades psicológicas
(obvias) a priori. Esta aprehensión “impersonal” sobre las cosas logra mayor
impacto dado que el director es comedido con la banda sonora – de hecho, los
instantes más logrados de su filmografía, me parece, son aquellos donde impera
el sonido de ambiente, o el silencio, ya que agudizan la experiencia visual. A
raíz de este cuadro reduccionista resulta natural concluir que estamos ante un
gran ingeniero de lustrosas imágenes en ultima instancia carentes de sustancia.
No obstante, tomando como punto de referencia a Hunger y 12 Years a Slave,
el “impersonal approach” de McQueen tiene la virtud de evocar la intensidad
intrínseca de cada una de estas “historias verídicas” sin necesidad de recurrir
a la biografía exhaustiva de sus respectivos protagonistas; es decir, sin
necesidad de redundar ni ser obvio. De esta manera, prestando un ojo depurado
de los psicologismos chatos y las boberías políticas que suelen dar triste vida a
los llamados biopics, McQueen permite
que el acervo psicológico/político-ideológico de cada historia aflore de los
mismos objetos (personas o lugares) que filma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario