Hace
mucho que he estado pensando sobre los posibles motivos del fracaso del cine
puertorriqueño contemporáneo. ¿Qué pasa con el cine puertorriqueño que no sale
del atolladero? ¿Por qué han existido tantas propuestas que han intentado
“salvar” nuestro cine y han fallado rotundamente? En esta entrada trataré,
humildemente, de lanzar mis hipótesis sobre por qué el cine puertorriqueño no
arranca.
Ahora
bien, no es que el cine en Puerto Rico siempre haya sido un fracaso. Para
nuestro orgullo, la División de Educación de la Comunidad (DIVEDCO) en los años
cuarenta, cincuenta y sesenta marcó un hito en el séptimo arte de la isla. Una
década antes de que surgiera el Noticiero ICAIC en Cuba, cuya fama -por Puerto
Rico ser colonia- es mucho mayor a la de la DIVEDCO, ya muchos de los
escritores de la generación de los cuarenta como René Marqués, Pedro Juan Soto
y Emilio Díaz Varcárcel estaban trabajando en los guiones de películas para la
educación a la comunidad. Además de eso, y como otros compañeros han reseñado
en este blog, nuestros artistas gráficos más importantes del siglo XX, como Rafael
Tufiño y Lorenzo Homar, participaron en la creación de carteles que hoy en día
son joyas, además de montajes para algunos filmes. De esta empresa nos quedan
joyas del cine puertorriqueño como: "Una gota de agua" (1949),
"Desde las nubes" (1950) y "Los peloteros" (1951) de Jack
Delano; "Una voz en la montaña" (1952) y "El gallo pelón"
(1961) de Amílcar Tirado; "Ignacio" (1956) de Ángel F. Rivera,
"¿Qué opina la mujer?" (1957), "El yugo" (1959) y "La
ronda incompleta" (1966) de Oscar Torres, "Juan sin seso" (1959)
e "Intolerancia" (1959) de Luis A. Maysonet; y "La guardarraya"
(1964) de Marcos Betancourt, entre muchas otras. Aunque este cine a veces
exagera en su tono didáctico, el mismo rompió esquemas y fundó una base sólida
del séptimo arte en la isla. Este auge coincidió -no por casualidad- con el
nacimiento del ELA y con el apoyo de Luis Muñoz Marín, tras su elección en
1948. Es decir, que la DIVEDCO fue una iniciativa gubernamental que posibilitó
tal efervescencia.
A
diferencia de aquellas películas cuyo objetivo era pedagógico e ideológico, hoy
en día el cine puertorriqueño, con contadas excepciones, apuesta más por el
entretenimiento y las fórmulas hollywoodenses del cine de género: cine thriller, cine de suspenso, melodramas, etc. Esto tiene que ver con la ignorancia de
los burócratas a cargo de la Corporación de Cine de Puerto Rico -única agencia
encargada de financiar los proyectos de cine puertorriqueño- que como políticos
colonizados ven todo lo gringo como el “ideal” a seguir. Colocados en su puesto
por el gobernador, estos burócratas no solo tienen el poder para decidir qué se
va a rodar en la isla sino también cuánto dinero asignarle a cada proyecto, y
se han encargado de vender a la isla como un “paraíso terrenal” para
producciones gringas. Basta con visitar la página del “Puerto Rico Film Commission” para ver
las lindas fotitos de las posibles locaciones para películas de afuera. Tal complejo
de “Puerto Rico lo hace peor”, es una de las razones por las cuales muchas
películas puertorriqueñas han imitado las fórmulas hollywoodenses. Encima de eso,
parecen no darse cuenta de que el cine local jamás podrá competir con la
hegemonía de los estudios de Hollywood por lo que si se dedica a copiar estará
destinado al fracaso desde un principio. Y aún peor, el imperialismo norteamericano
seguirá anulando nuestro cine e imponiendo su poder ante su bonita colonia con movidas
como la de sacar al cine puertorriqueño de la competencia de “Mejor película en
lengua extranjera” en los premios Óscares o de explotar los incentivos
económicos que nuestro gobierno colonizado les ofrece. Es decir, sobran las razones
para buscar soluciones en otra parte y creo que ya el cine independiente en la
isla se ha percatado de esto y se dirige hacia otros lares mediante el uso de
nuevas tecnologías digitales y nuevas formas de financiamiento con productores
independientes.
Pero otro
problema que enfrentamos en Puerto Rico es que aquí también existe un prejuicio
de que el cine dramático es más “importante” que el cine cómico. Interesantemente,
lo cómico se ha marginado hacia la televisión puertorriqueña –su historial es
amplio y lo hemos discutido con los colegas de este blog- y el cine ha
intentado ser más “serio” y “trascendental”. Es decir, el cine dramático suele
verse como algo más difícil de hacer que el cine cómico. Y no solo eso, sino
que se piensa que lo que el cine puertorriqueño necesita son melodramas que
eleven la calidad del cine local a las “altas esferas” del cine internacional.
¿Pero por qué no aceptamos que los melodramas no nos quedan bien y que nos aburren
hasta más no poder? El que pueda ver Cayo,
Taínos, etc., el mismo día se debería
ganar un premio (un Óscar por masoquismo). Esto me da a entender que no nos
hemos tomado el tiempo para reflexionar sobre cómo debemos representarnos en la
pantalla grande. Y es que la mayoría de las películas que han salido en la
última década (2000-2010) y que han sido auspiciadas por el gobierno, han sido
dramas aburridísimos insertados en nuestro entorno natural. Además de eso, he
notado que en Puerto Rico existe una obsesión por rodar LA película que va a
“salvar” nuestro cine. Por eso intuyo que aparecen con frecuencia estos dramas
épicos mega pretenciosos que fracasan rotundamente. Y me pregunto: ¿por qué
tanta obsesión? ¿Puede uno realmente “salvar” el cine nacional con una sola
película? Aquí me refiero a las películas que han llegado a nuestros cines.
En mi
opinión, a nuestros directores les hace falta un poco de sinceridad consigo
mismos. Entiendo que quizás el dinero pueda moldear el tipo de historias que
traemos a la pantalla grande pero debemos aprovechar el avance de las nuevas
tecnologías digitales para tomar otro rumbo (y ya el cine independiente lo está
haciendo). Quizás podamos aprender del cine en Cuba, por ejemplo, que ha roto
los marcos del ICAIC con las nuevas tecnologías. Además, uso a Cuba como
ejemplo porque allí se ha desarrollado el cine cómico con mucha más fuerza que
en Puerto Rico. Ellos se han reído de su miseria y de su situación absurda: un
país socialista en un mundo capitalista. ¿Por qué no reírnos nosotros de
nuestra situación absurda y ridícula también? ¿No convendría mejor enfocarnos
en el género cómico en lugar de épicas melodramáticas? Claro que habría que
evitar que el cine se convierta en un cine “criollo”. Esto no es lo que estoy
proponiendo. Abogo por una sinceridad en nuestro cine más allá de su contenido.
Ahora
bien, hay que destacar las excepciones que se salen de las fórmulas
hollywoodenses porque no todo nuestro cine ha transitado los mismos caminos. En
el género documental hemos estado bien alante desde hace mucho y lo seguimos
estando. El documental La operación
(1982) de Ana María García, por ejemplo, ya había sembrado las semillas que
evidenciaban la solidez e importancia de nuestro cine en este aspecto. Hoy en
día otros documentales siguen trayendo a la mesa temas importantes de nuestra
historia como la reciente película Las
carpetas (2011) de Maité Rivera Carbonell o el documental aún sin acabar
sobre Filiberto Ojeda Ríos. Si no fuera por iniciativas como estas, temas
políticos de este tipo quedarían en el olvido.
Y en el
cine de ficción, ya algunos directores se habían percatado de la necesidad de
explorar el cine cómico en nuestra isla, en lugar de seguir fórmulas de cine
norteamericano. Jacobo Morales, por ejemplo, a pesar de tener muchas películas melodramáticas,
ya lo había experimentando en su Dios los
cría (1979), al igual que Luis Molina Casanova en su La guagua aérea (1993). Sin entrar en un análisis crítico de las
mismas, ambas películas demuestran que ambos directores eran conscientes del
potencial del cine cómico en Puerto Rico. Más recientemente, Radamés Sánchez en
su Celestino y el vampiro (2003) también
había utilizado este modelo como marco. Y hace cinco años, algunas películas también
habían acogido esta fórmula en filmes tales como Maldeamores (2007) de Mariem Pérez Riera y Carlos Ruíz Ruíz, y La espera desespera (2012) de Coraly
Santaliz. No obstante, si hiciéramos un cálculo matemático, el número de
películas melodramáticas sobrepasaría el de películas cómicas abrumadoramente. Por
esto es que argumento que es necesario tomarnos más en serio el género cómico. Como
dije anteriormente, en Cuba ya se lo han propuesto seriamente y han tenido
grandes logros como Las doce sillas (1962),
La muerte de un burócrata (1966), Las aventuras de Juan Quin Quin (1968), Lista de espera (2000), Nada + (2001), y Un rey en La Habana (2005), entre muchas otras. ¿Por qué no hacer
lo mismo aquí? Nuestro entorno está lleno de absurdos y nuestra pantalla
también debería de estarlo. Es decir, ya es hora de que lo cómico no se
restrinja a la televisión y lo pasemos al cine.
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