En el pobre filme de Oliver Hirschbiegel “Diana” recuenta los últimos dos años de la vida de la princesa de Inglaterra, ya muy lejos del cuento de hadas de su matrimonio con el príncipe de Gales. La película no tiene nada que se semeje el interés que generó “Downfall” el famoso filme del director que nadie dede perderse. Sin embargo, presenta lo que puede ocurrir con la fama y cómo la familiaridad pública de una persona puede entorpecer su vida.
Diana (Naomi Watts, en un papel que debió de haber sido de Nicole Kidman, su íntima amiga) es presa de su fama. Rodeada de multitudes constantemente y acosada por la prensa vive también un mundo que aún la reclama por su encanto y su verdadero interés en los oprimidos y los enfermos. Veíamos ese aspecto de su carácter en cómo se relacionaba con una gama impresionante de personas alrededor del mundo. Cualquier viaje que tomaba, cualquier pronunciamiento que hacía era transmitido de esquina a esquina del globo. Era, como dicen en la película muchas veces, la mujer más famosa del mundo.
A pesar de esto era una mujer solitaria. Impedida aún por sus deberes (o contratos) con la casa real, no se podía permitir aventuras callejeras que demostraran su lado frívolo, ni podía participar de eventos que no fueran tamizados por los veladores del protocolo monárquico. Simultáneamente era una mujer que se fue rebelando poco a poco y liberalizando sus ideas, su enfoque social, y sus sentimientos. Muy a pesar de esto, este filme de diálogo pésimo, que convierte en trivialidad cualquier cosa que pueda haber sido sublime de la relación de la ex princesa con Hasnat Kahn, con un cirujano cardíaco, sí permite que percibamos su soledad. Hay momentos en que nos cuestionamos algunas cosas en la pantalla que quieren hacernos ver que Diana andaba por las calles de Londres sin rumbo, como una colegiala enamorada. Que fuera con peluca negra a escuchar jazz con su novio no es sorprendente; lo que lo sí lo es que tuviera que disfrazarse para poder vivir su vida.
Una pregunta que queda, luego de ver el capricho (?) del guión de que su relación con Dodi Fayed era para poner a Kahn celoso, es porqué se sentía atraída Diana a hombres no cristianos. ¿Estaba tan aislada o repudiada por la iglesia anglicana como por la realeza? Nada de esto es explorado por el filme. Tampoco su relación con sus dos hijos, que se reduce a una escena de despedida de los dos príncipes. De hecho, ni siquiera la soledad está examinada con profundidad en la cinta. Tal parece que el propósito de la película era únicamente atraer a la audiencia que adoraba a Diana. Todos, sin embrago, se quedaron en sus casas.
Tan sola pero con más libertad está Gloria (Paulina García) en el filme homónimo del chileno Sebastián Lelio. Vi el filme en Madrid en una sala abarrotada de mujeres que tal vez estaban solas también. Gloria está divorciada y se ha convertido en asidua visitante de clubes para adultos solteros, ya bien sean divorciados o viudos, tal vez hay también un grupo de imposibles, y por eso están solos. Como suele suceder, conoce a alguien: Rodolfo, un oficial retirado de la marina que está separado de la mujer. Comienzan una relación. Gloria se siente tan sola que se aferra de lejos a su hijo, que no parece tener una onza de inteligencia, mucho menos grandes sentimientos, y de su hija que quiere irse de Chile para estar con su novio. A diferencia de Diana, Gloria es una mujer anónima que tiene algunos amigos pero no mucho más.
El filme es notable por la naturalidad con que se tratan los desnudos frontales tanto de hombre y de la mujer, ninguno de los cuales clasifica para premios a los mejores cuerpos. Se aprecia la valentía sencilla del director y los actores a mostrar las imperfecciones que, de todos modos, la cámara suele ocultarnos cuando se trata de los jóvenes.
La soledad de Gloria la lanza a tener una vena posesiva que es contraria a las realidades que vive y a la situación del hombre de quién se ha enamorado. Sus exigencias la van arrinconando sin que se dé cuenta a la esquina de una situación casi insostenible. Sin embargo, por primera vez está en control de lo que ella quiere. Es ella la que determina los pasos a tomar, es ella la que con frecuencia inicia los momentos sexuales que le placen. Tiene, dentro de su aislamiento emocional, la certeza de que sabe lo que quiere y lo que está haciendo. Tanto así que no le importa tener una aventura breve con un desconocido que acaba de conocer en una barra en un hotel de lujo en un centro turístico.
La evolución de la soledad de Gloria va hacia la liberación de su ser, a la culminación de estar en control de sus emociones y no depender de refuerzos externos tales como los vaivenes de un hombre que puede o no unirse a ella en una relación permanente.
El filme tiene un buen guión y cierta ironía que nos permite aceptar lo que a veces es la irracionalidad de Gloria. Lo más importante de la película, sin embargo, es la Paulina, como dirían en Chile. Una mujer de rostro agradable que conserva muy bien los encantos de la madurez y cuya personalidad atraviesa la pantalla y nos atrapa en su red, uno aprecia a Gloria al mismo tiempo que se reserva la opinión adversa sobre algunas de sus andanzas y exigencias. Su venganza de las hazañas de Rodolfo, muy bien interpretado por Sergio Hernández, es una mezcla de imprudencia ilógica y acertada revancha. En vez de él marcarla a ella, ella lo Marca, con mayúscula, a él. Es un vuelco moderno a la idea de quién es el que sufre los resultados de affaires transitorios en la sociedad actual. La venganza le sirve de catarsis a Gloria y, aunque aún está sola, ahora sabe mejor como confrontar lo que le espera, y lo celebra con gran alegría y júbilo mientras tocan la canción que lleva su nombre. Es un final alentador e instructivo para todos los solitarios de más de... cierta edad.
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