miércoles, 14 de marzo de 2012

Las cuitas y las curas del cinéfilo en Puerto Rico


¿Cómo experimenta el cinéfilo promedio el cine en Puerto Rico?

Antes de sugerir cualquier respuesta, merece la pena dedicar algunos pensamientos sobre ese benévolo junky llamado cinéfilo. En el sentido estricto, el término “cinéfilo” no denota predilección alguna sobre un tipo ni género de cine en particular. Es simple y sencillamente alguien aficionado al cine. Si bien tradicionalmente se le ha vinculado con obras mucho más “highbrow”, cabe aclarar que la cinefilia no reserva su devoción al supuesto “cine de arte”. La cinefilia es una pasión que se manifiesta de diferentes maneras. Por un lado, el ala más literaria de la cuestión se entrega, entre otras cosas, al desmenuzamiento narrativo y a la contextualización histórica; mientras que otra rama tiende a abrazar más las proezas técnicas del susodicho arte. Estas alternativas de interés, claro está, no se excluyen, en el mejor de los casos – y como suele pasar – se complementan.

Aquello que a falta de mejor término llamamos cinéfilo se distingue del espectador promedio, sobre todo, en el tipo de relación/compromiso que siente con su objeto de estudio. En tanto el espectador promedio ve en el cine un accesorio a la realidad que vive –otra alternativa de ocio, un ligero escape –, el cinéfilo, conciente o inconcientemente, hace del cine parte integral de su realidad. Y no significa esto que se llegue al extremo de difuminar la línea divisoria entre un fenómeno y otro. Más bien se trata de reconocer que el cine no tan sólo ofrece una plataforma para poner en perspectiva diversos escenarios de la realidad, si no que ya incluso el cine dictamina ciertos escenarios reales y hasta nuestra manera de codificar o percibir éstos. Dicho de otra manera, a estas alturas, tanto el cine nos ayuda a aprehender el mundo así como el mundo nos ayuda a entender el cine.[i]

Como resultado de lo comentado, ocurre que, luego de salir del cine, confrontado con una pregunta tan inocua en la superficie como “¿Qué te pareció?”, el cinéfilo promedio no puede evitar a veces arrastrar al individuo menos interesado a través de los circunloquios más miserables o de los monólogos más interminables. Y muchas veces para concluir al final: “Pues, como te dije antes” – o sea hace dos horas – “no me mató, pero tiene cosas interesantes”.

Ahora bien de vuelta a la pregunta inicial: tomando en consideración que el encuentro del cinéfilo no es sino una entrega absoluta, de participación directa con su objeto de veneración o de irreverencia – pues también nos encanta pulverizar las películas y a los directores que no sean de nuestro agrado –: ¿Qué espacios tiene disponible actualmente el cinéfilo promedio para experimentar el cine en Puerto Rico? El boceto que ofrezco a continuación no aspira al análisis exhaustivo de las inquietudes que sugiero aquí. En cualquier caso, la mirada está limitada a un marco de referencia bastante sanjuanero; es decir, una mirada desde y hacia la metrópolis, pues es el caso que más de cerca conozco.

Ciertamente la lista de espacios disponibles más frecuentados para saciar la cinefilia continuará siendo encabezada por las salas de cine por mucho tiempo. Es el lugar donde todo comenzó; donde queda en evidencia la experiencia colectiva del cine, en su máxima expresión. No obstante cuando de salas de cine se habla, salvo en un puñado de teatros, más del 90% de las ocasiones seguramente nos referimos a alguna sucursal de la cadena Caribbean Cinemas. Dicha organización cuenta con más de 30 de teatros y alrededor de 257 pantallas en la Isla, según indica el portal de internet. De las 257, 12 son las pantallas supuestamente dedicadas al cine independiente y/o extranjero, bajo el nada presuntuoso nombre de Fine Arts (inaugurado en 1986). Curiosamente con la reciente reapertura/remodelación del teatro Fine Arts ubicado en Miramar, el portal de Caribbean Cinemas- cuyo idioma oficial no se sabe nunca si es inglés o español- reafirmaba su "compromiso cultural". Si se accede la pestaña de "información" -o mejor dicho "information"-, y luego se presiona en la opción Fine Arts se leerá el siguiente comentario: "Today, we continue our commitment to exhibit foreign and independent films of importance that have social, artistic and cultural relevance."
Claro, para el cinéfilo promedio, inevitablemente supeditado al poder de decisión y distributivo de una compañía cuyo compromiso cultural resulta tan auténtico como el compromiso que pueda tener el Banco Popular para con el pueblo, las circunstancias no retratan un panorama muy alentador. Pues, en última instancia, ¿dónde radica el compromiso cultural de Caribbean Cinemas? Precisamente en donde la misma cadena entienda que la “cultura” no pierda rentabilidad. Y la relevancia social, a la cual alude la cita antes comentada, queda relegada a la población que pueda remunerar en la taquilla. Tomando en consideración la situación ocurrida hace algún tiempo, en la cual los coordinadores de Fine Arts de Hato Rey idearon la maravillosa idea de mantener en cartelera al filme Elsa y Fred (2005) por más de un año, y restarle así un espacio menos a otra película más, parecería que la lógica, siguiendo nuevamente la fórmula propuesta por la cita antes leída, es: menos diversidad, más cultura. Y como cinéfilo confeso, confieso, que no me parece muy lógico.

Ante el limitado acceso a ese “otro” tipo de cine, que se destaque más allá del usual romance enlatado, una de las alternativas que ha permitido incluso el rescate y la circulación de filmes que de otra manera continuarían, para efectos prácticos, inexistentes, es ciertamente la red. La red, en este sentido, se ha mostrado como el remanso ideal para el cinéfilo craso. Aunque con niveles de legalidad oscilantes, esta herramienta a logrado desempolvar incluso obras maestras que no han encontrado ni siquiera representación en formato DVD (por no mencionar el Blue-Ray). Ya estandarizados también existen los servicios de “streaming” como Netflix y Hulu que poco a poco han mejorado su oferta. Mientras de Netflix ha reforzado su canal de documentales, la versión optimizada de Hulu ofrece acceso inmediato a sobre cien títulos de la colección Criterion, muy deseable para cualquier amante del cine. Siempre existe el o la que se queja de todo lo que aún falta en estas respectivas colecciones, pero bueno…

Aunque muy prácticos y convenientes, pues con el sólo pulsar de una tecla – voilà – ya puede uno sumergirse en una historia nueva o revivir una ya antes vista, hay que subrayar que ninguna de estas vías de consumir cine sustituyen en lo absoluto la interacción que provoca el cine en su carácter colectivo. En esto, cabe señalar, el blog cumple hasta cierto punto la función de perpetuar y provocar el compartir intrínseco a la experiencia cinéfila del cine.

A pesar del panorama desalentador para el cinéfilo promedio, el mismo acceso que ha permitido la red en tiempos recientes, conjugado con la facilidad que permite la tecnología tanto para la producción como para la proyección de un filme, ha permitido el resurgimiento del cine como acto colectivo, en pequeñas pero contundentes esferas. Cual células terroristas – pues parece que cualquier cosa que incite el pensamiento crítico, como lo puede hacer un buen filme, se puede considerar un acto terrorista en este país –, poco a poco se han ido levantando iniciativas y/o espacios independientes que permiten la muestra de material que nunca alcanzaría nuestras salas de cine o de material de archivo que no prefiguran los intereses de quienes ostentan el control de la distribución.

Espacios santurcinos tan diversos como Abracadabra, El Local, o ya más oficialmente, el Museo de Arte de Puerto Rico y el Museo de Arte Contemporáneo; así como festivales o iniciativas independientes como El Departamento de la Comida o Cinema Paradiso en la Loiza; por no olvidar otros espacios riopedrenses como La Sala Beckett; o en fin, cualquiera que tenga una pantalla o una pared ya tiene el poder de hacerle frente al marullo… Seguimos.


[i] Durante los meses de octubre y noviembre de 2001 se informó de diversas reuniones entre guionistas y escritores de Hollywood con el Pentágono cuyo fin era imaginar posibles escenarios para imaginar ataques terroristas y como contraatacarlos. A ese nivel ha llegado el cine a trastocar la realidad y viceversa.

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