miércoles, 27 de febrero de 2013

¿Qué significa un Oscar?


Significa muchas cosas, claro. ¿Quién no ha soñado con la estatuilla? Es un galardón tan excitante como el chocolate dorado de Willy Wonka, sin las calorías y con efectos secundarios de otra naturaleza que la nutritiva.

Mi lado más cínico – por no decir ‘hater’, lo cual resultaría mucho más preciso- acusaría que de un tiempo para acá la ceremonia de los Óscares, llena de actos buenos, otros no tan buenos y una que otra vergüenza ajena, se ha vuelto un desproporcionado talent show, cuya semana de preludio, minada de predicciones cambiantes, apuestas, le dan un aire más de competencia hípica que de otra cosa al venerado espectáculo. Well, They Shoot Horses, Don’t they? (Un kinocamarada en específico diría que la celebración del pasado 24 de febrero pudo haberse titulado ¡Que viva la CIA!)

En muchas ocasiones el mediatour que antecede el día de ceremonia tiene el efecto secundario de desvirtuar el propósito y presunto fin de los premios. Así, en lugar de resaltar lo más relevante del séptimo arte producido el año anterior, la promoción se (des)enfoca en otros elementos que rebasan el valor, si alguno, de las obras mismas. Siguiendo esta lógica, 5 Broken Cameras, de un documental excepcional y emotivo, se convierte en “la primera nominación de un palestino al Óscar”; mientras que las actuaciones de Quvenzhané Wallis en Beasts of the Southern Wild y de Emanuelle Rivas en Amour representan nada más y nada menos que las nominaciones a la actriz más joven y más vieja, respectivamente, en la historia de la academia y ¡¡¡¡¡todo en una misma noche!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

 Así también en muchas ocasiones se nos hace creer que el premio no es por un rol o filme en particular, sino por toda una carrera, como ocurre en esos momentos donde la Academia decide rectificar un desacierto pasado –Denzel Washington por Training Day es quizá uno de esos casos. Durante la pasarela de la alfombra roja, un entrevistador le preguntó a George Clooney algo relacionado con sus nominaciones en múltiples categorías en los últimos años. El actor/productor/eterno-jevo respondió algo así como: “So you’re saying I’m a trivia now”, y pienso que dio en el clavo. El negocio mediático de los Óscares, parapetado en la “trivia”, oscila entre el ángulo de “interés humano” de la noticia y el faranduleo, lógicamente, y poco tiene que ver con el cine.

 Pero es, a fin de cuentas, un espectáculo. Mi lado más razonable tendría que admitir que el desfase entre la gala de antaño y la más reciente, la que mi lado más cínico procura desdeñar, es pura invención de la memoria. ¿Hubo alguna época en la cual la Academia, como quiere porfiar mi lado más cínico, premiaba más justificadamente? A pesar de que, sujeto inconscientemente al juego de la “trivia”, procedo además a rememorar grandes talentos o filmes que pasaron por desapercibidos - ¡¿que Hitchcock nunca recibió un Óscar?! -, mi lado más razonable sostiene que la Academia siempre ha caminado una cuerda bastante firme, inclusive cuando simula ser arriesgada. Y cuando se arriesga un tantito, activa toda la fuerza de la “trivia” para suavizar cualquier polémica. En resumen, no hay ninguna diferencia sustancial.


Mi lado más razonable se conforma, entre otras cosas, no con “la primera nominación de un palestino al Óscar”, sino con la nominación de 5 Broken Cameras: una obra maestra tan lírica como visceral; un documental que me hizo trizas un sábado por la mañana y del cual todavía no me he podido reponer del todo.

Lo demás es rating y un buen compartir entre panas.      

No hay comentarios: