La primera vez que vi El estudiante (2011) de Santiago Mitre fue en una función de noche en la Sala Leopoldo Lugones en el décimo piso del Teatro San Martín. La Lugones se inauguró en 1967, y parece que no ha cambiado nada desde entonces. El piso cubierto de alfombra roja que simula terciopelo, las filas de butacas de vinilo con reposabrazos en madera, la luz tenue que cubre todo con una leve pátina de misterio, en fin, es un espacio acogedor para cualquiera de esos bichos raros que llaman cinéfilos. Siempre imagino a Borges sentado en la esquina de atrás del cine, solo, fumando un cigarrillo, mientras la luz se proyecta sobre la silueta de humo (sé que las fechas no concuerdan, pero déjenme imaginarlo). La sala Lugones y la sala del MALBA son probablemente los dos espacios institucionales sagrados de los amantes del cine en Buenos Aires. Es aquí que usualmente se presentan, a un precio solidario para los estudiantes, los ciclos de películas clásicas, los ciclos de directores extranjeros que nadie conoce (pero conocerá), y los ciclos de películas extranjeras recientes que no quieren presentar en ningún otro lado. Es posible que en cualquiera de las cuatro proyecciones del día la sala esté vacía, o que quizás haya una o dos parejas de ancianos, una de estudiantes, y uno que otro vagabundo que se queda dormido en medio de la película. Imaginen mi sorpresa cuando llegué esa noche y no cabía ni un alma más en la sala abarrotada.
O no, ninguna sorpresa. La película llevaba algunos meses en cartelera. El estudiante se estrenó en el BAFICI, el festival de cine más importante de la Argentina, donde fue la película de apertura en la edición 2011. Casi en el momento que comenzó la venta de entradas para el festival, las tres o cuatro proyecciones que tenían programadas ya estaban sobrevendidas. Al final le terminaron concediendo el Premio Especial del Jurado. Y despegó. Bueno, más o menos. Después de algunas semanas llegó a las salas mencionadas anteriormente. Hay que añadir: sin ninguna publicidad ni ninguna ayuda del Estado. A fuerza de promoción por el boca a boca y algunas críticas positivas en los periódicos de mayor circulación, llegó a tener tan buena recepción que incrementaron el número de funciones. Ahora, a como 6 meses de ese momento inicial, después de varias semanas tratando de comprar entradas para funciones que siempre están agotadas, mi novia y yo finalmente conseguimos el pedacito de papel codiciado que nos permite ingresar a presenciar este evento.
Estamos en la antesala y no puedo parar de pensar en el público tan variado que se ha dado cita hoy para ver esta película. Para empezar, hay una cantidad nutrida de jóvenes; esto no es difícil de concebir en una ciudad que hay tantas escuelas y estudiantes de cine como Buenos Aires. Aunque la pura verdad es que no todos tienen perfil de estudiantes de cine. Pero también hay adultos, muchos, y es obvio: estas son las personas que vivieron en carne propia una etapa complicada de la historia Argentina (y el mundo), esos enrevesados años 60 y 70 en que existía una verdadera conciencia política y el deseo de cambiar el mundo desde la militancia, esos años de cambio radical donde la revolución y las utopías eran realmente una posibilidad. Ahora bien, si hay un factor de esta experiencia que me pareció interesante, no importa cuál sea la crítica que uno haga de la opera prima en solitario de Mitre, es cómo la película logró pasar de ser un evento cinematográfico a un evento cultural, es decir, que haya permitido entablar una discusión pública sobre un tema que quizás una o dos décadas antes hubiera sido tabú. Ciertamente no podemos adjudicar la causalidad exclusiva de esta discusión a El estudiante, la misma es un signo de su tiempo, que refleja y encuadra una situación que se está dando en la sociedad argentina desde principios a mediados de los años 2000: el renacer de la política y la militancia.
La historia va así: Roque Espinosa, chico de provincia, llega a Buenos Aires para intentar por tercera vez estudiar una carrera en la Facultad de Sociales de la UBA. No es muy difícil darse cuenta que Roque tiene mejor aptitud para conquistar chicas que para estudiar. De esta manera conoce a Paula, una adjunta de cátedra militante que será su puerta de entrada al mundo de la política estudiantil. Un profesor mayor, Alberto Acevedo, líder de la agrupación en la que entra Roque y antiguo amante de Paula, fungirá de mentor y será su eventual adversario en esta historia de aprendizaje. Poco a poco, el chico de provincia ingresa por medio de la política al mundo de luchas de poder y trafico de influencias en la esfera de la universidad, mostrando una destreza sobrenatural para escalar en este mundo despiadado.
Primer dato paradójico, la película fue filmada independientemente, con escasísimos fondos (alrededor de $40,000) y sin ayuda del INCAA. Digo paradójicamente porque aunque las marcas de este modus operandi son visibles en el producto final, no es para nada la característica que la define del todo. Comencemos por el hecho de que Mitre es parte del grupo de guionistas de Leoneras (2008) y Carancho (2010), películas del archireconocido director argentino Pablo Trapero. Por un lado, durante la filmación, Mitre tuvo acceso a la máquina de producción de Trapero y esto se refleja en un nivel de producción y filmación ultra profesional. Por el otro, Mitre trabajó cercanamente con Mariano Llinás, director de Balnearios (2002) e Historias extraordinarias (2008). De esas experiencias Llinás aprendió cómo hacer mucho con pocos recursos. Gran parte del equipo de producción hizo su trabajo por amor al arte, ayudando como podía en su tiempo libre y cobrando muy por debajo de los estándares de la industria. La mayoría de los equipos utilizados en el rodaje los proveyó la Universidad del Cine y la Facultad de Ciencias Sociales permitió acceso prácticamente total para filmar in situ (tanto las tomas de huelgas y demostraciones como las asambleas son reales). Gracias a un cronograma de filmación flexible (se filma lo que se pueda, cuando se pueda), y horarios que dependen de la disponibilidad de los actores, se pudo aprovechar al máximo estos pequeños inesperados golpes de suerte que proveía la Facultad. Entonces, aunque muchas tomas de la película son hechas con hand helds, en planos cortos y medios, con un poco de onda voyeur, digamos que como una cámara-testigo, el producto final termina siendo un híbrido pulido entre la ficción y el documental.
Uno de los puntos fuertes y seguramente más debatidos de El estudiante es el poder que tiene de apelar a grupos generacionales y sociales dispares. En entrevistas el director ha afirmado que su deseo con esta historia era mostrar la praxis política como tema y no desde lo coyuntural. Esto ha dado paso a una cantidad variada de lecturas de la película. Algunas críticas han apuntado al hecho de que al no mostrar la coyuntura desde donde se plantea el personaje (nunca sabemos a qué agrupación pertenece, la época, ni cuál es su causa), el filme puede ser considerado deshistorizado y apolítico. Roque además entra en la política por lo que criollamente llamamos el canto, en otras palabras, en lugar de tener una verdadera vocación política, entra porque puede conseguir chicas. Y a grandes rasgos, la representación de la política en la obra se limita al tipo que solamente busca legitimarse en el poder, cueste lo que cueste. El fin justifica los medios. Yo añadiría también que todos los personajes tienen un discurso vacío, todos hablan de política pero ninguno dice realmente nada concreto. Son puro chamuyo, para usar la jerga argentina. Sería injusto y reduccionista argumentar que toda la política se limita a grupos como estos, pero quizás sería acertado afirmar que en las últimas décadas la política a nivel mundial se ha degradado y muchos de los personajes que hoy ocupan posiciones de poder son marionetas que se dedican a perpetuar una tertulia parecida a lo que aquí se representa.
Es hora de los spoilers. La última y magistral escena de la película nos muestra a Roque ya desencantado con la política. Tiene una conversación con Acevedo, quien lo ha invitado a su oficina para ofrecerle una tregua meses después que lo ha traicionado. La oferta es un cargo institucional, a cambio de que Roque apacigüe la horda de estudiantes que le están haciendo la vida imposible en la facultad y que están poniendo en peligro un posible acenso de Acevedo al gobierno. Lo que el mentor estratega no sabe es que Roque ha sido la mente detrás de su derrota. Luego que Acevedo establece punto por punto una propuesta para que el joven entre de nuevo al ruedo político presenciamos un silencio dramático y una contestación sobria: no. Sería fácil argumentar que en este momento del final el profesor simboliza el modelo viejo de la política. Es decir, el oportunismo, la conspiración y la traición. Y que el estudiante, afirmando su ética, representa un nuevo modelo, una renovación que se extrae del histórico círculo vicioso que ha plagado a varias generaciones. Esto bien puede ser así, pero no hay que olvidar que Roque ha organizado este putsch como consecuencia de la traición anterior; el motor sigue siendo la venganza. ¿El “no” entonces significa “no hago política así”, “me salgo de la política” o “no, contigo no”? Nunca sabremos a ciencia cierta. En cualquier caso, independientemente del final, creo muy acertado el comentario de Mitre cuando en otra entrevista afirma que “…la universidad es como un reflejo total de lo que pasa en la política del país y del mundo, incluso”. Creo que los otros estudiantes que tanto figuraron en los últimos años, esos jóvenes en Puerto Rico, en Chile, en la Primavera Árabe y el resto del mundo, concuerdan en eso de que “Something is rotten in the state of Denmark”, aunque deciden afirmarlo de otro modo.
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