Aunque parezca raro el nexo entre el "boom" latinoamericano y el cine de Hollywood, existe un personaje que une ambos mundos: el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante. Nacido en Gibara, en 1929, esta figura formó parte tanto del auge de escritores latinoamericanos a nivel mundial en la década de los sesenta como también guionista de una de las industrias de cine más importantes: los estudios de Hollywood. Por un lado, y aunque él lo negara en sus entrevistas, su novela Tres tristes tigres (1967) pertenece hoy al canon del "boom" latinoamericano junto a Rayuela de Julio Cortázar, La casa verde de Mario Vargas Llosa, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, entre otras. Por otro, su vida se vio ampliamente marcada por el cine desde los veintinueve días de nacido. Según el propio Cabrera Infante, su madre, cinéfila por vocación, lo llevó a esa edad a ver una adaptación de Los cuatro jinetes del Apocalipsis. De este lado materno es que hereda su pasión por el cine, sobre todo por directores como Alfred Hitchcock, John Ford, Howard Hawks y Orson Welles. Veamos entonces en detalle cómo la relación cine y literatura forjó su carrera.
Durante su juventud, Cabrera Infante creció en un hogar humilde y sumido en la persecución política debido a que sus padres eran comunistas. No había dinero, por lo que para ver películas había que elegir entre ir al cine o comprar comida. Su madre solía hacerles la pregunta a su hermano menor Sabá Cabrera Infante y a él: "Niños ¿Cine o sardina?" y así fue como se acostumbraron a dejar de comer para saciar la pupila. Posteriormente, en 1941, la familia se mudó a La Habana en donde Guillermo Cabrera Infante, varios años después, comenzó a escribir cuentos y crítica de cine para ganarse la vida. Fue en 1948, específicamente, cuando publicó su primer cuento en la revista Bohemia, logro que lo motivó a seguir escribiendo hasta que en 1952 fue encarcelado por publicar uno con lenguaje obsceno. El juez le prohibió la publicación de cualquier otro texto que llevara su nombre por lo cual tuvo que inventarse un pseudónimo para escribir: G. Caín. Éste pseudónimo aparecerá posteriormente como autor de sus críticas de cine en otra revista importante de los años cincuenta: la revista Carteles. Ya para entonces, Cabrera Infante había participado en los cine clubes de La Habana y había fundado en 1951 la Cinemateca de Cuba. Esto significa que dominaba un amplio conocimiento para escribir sobre cine. Ocho años después, con el triunfo de la Revolución cubana, Cabrera Infante se encargará de recopilar algunos de sus textos de ficción para publicarlos bajo el título de Así en la paz como en la guerra (1960) y las críticas de cine bajo el título de Un oficio del siglo XX (1963).
Estos dos primeros libros demuestran que hasta ese momento, la trayectoria de Guillermo Cabrera Infante como escritor había separado los mundos del cine y la literatura. No es hasta la publicación de Tres tristes tigres, entonces, que se traza el puente entre ambos. Pero para explicar esta yuxtaposición hay que retroceder en el tiempo hasta los primeros años de la Revolución ya que para esta época es que él comienza a escribir su novela en respuesta a un suceso que vale la pena contar. En 1960, Sabá Cabrera Infante, su hermano, junto al fotógrafo Orlando Jiménez Leal, filmó, al estilo free cinema, la película P.M. capturando la vida nocturna de La Habana. Esta película causó un escándalo en las altas esferas del nuevo gobierno revolucionario, fue declarada decadente y confiscada. En venganza por la censura, Guillermo Cabrera Infante decide "traducir" en una novela lo que su hermano había hecho en el cine. De aquí es que nace realmente Tres tristes tigres, es decir, de una base cinematográfica. De esta forma, le rinde homenaje a una de sus grandes pasiones y a la vez escribe su opera magna.
Posteriormente, ya en su exilio en Londres para 1966, Guillermo Cabrera Infante decide entrar de lleno a la escritura de guiones para ganar dinero. Así lo confiesa en sus entrevistas ya que como escritor exiliado estaba en la penuria. La industria de cine, primero en Londres y luego en Hollywood, le servirá como una importante fuente de sustento. Algunos de sus libretos nunca fueron producidos, como "El Máximo", "The Jam" y "Under the Volcano", pero el primero que filmaron se convirtió en objeto de culto: Wonderwall (1968). Esta película aún no pertenece a la fórmula Hollywood como lo hará posteriormente el autor cubano en otras películas. Más bien la misma se acerca a Blow-up (1966) de Michelangelo Antonioni, sobre todo en la cinematografía. Este detalle no sé qué le habrá parecido a Cabrera Infante en aquel momento ya que en varias ocasiones admite su desinterés por los directores europeos conocidos como auteurs. No le gustan las películas de Jean-Luc Godard, ni las de Ingmar Bergman, ni las de Antonioni, sobre todo después de haber visto Zabriskie Point. Prefiere, como dijimos anteriormente, a Alfred Hitchcock, a Howard Hawks, a John Ford, entre otros.
En general, Wonderwall es una joya del arte psicodélico. No solo utiliza los colores brillantes y los filtros tan característicos de los años sesenta y setenta en su cinematografía, sino que también le hace la música nada más y nada menos que el guitarrista de The Beatles, George Harrison. Esta combinación entre estética y música es mágica. Por un lado, Harrison le añade una atmósfera extravagante con los sonidos de la India mezclando la cítara y la guitarra eléctrica. Por otro, la saturación de colores y la yuxtaposición de imágenes le añaden un carácter espectacular a la misma, en el sentido literal de la palabra. En términos del guión, la historia es sencilla pero Cabrera Infante se da la licencia para alejarse de lo racional. En Hollywood esta "irracionalidad" no se le hubiese permitido y en ella recae, a mi entender, el éxito de la película. En sí, la trama cuenta la vida de un profesor que se obsesiona por su vecina jovencita a quien descubre que puede espiar por un agujero en la pared. Esta pared se convierte en su wonderwall que lo lleva a alucinar incluso cuando no está mirando a través de ella: en el trabajo, en los sueños, bajo el microscopio, etc. La película juega con el vouyeurismo y la escopofilia, lanzándole una guiñada a los espectadores que también lo son. Somos tan patéticos como el profesor, pero su patetismo nos divierte y junto a él podemos alucinar. Es, entonces, en su conjunto, una invitación al delirio.
Años más tarde, Guillermo Cabrera Infante abandonará estas apuestas por lo irracional y pasará a trabajar para los estudios de Hollywood. Con Vanishing Point, estrenada en 1970, recibe el mayor salario que jamás había recibido y la película resulta ser un éxito. En ella, Cabrera Infante se aprovecha de las fórmulas de las películas de acción hollywoodenses, para contar la historia de un ex-competidor de carreras (o racer ya que no traduce bien la palabra) que se convierte en fugitivo. La trama se limita exclusivamente a la larga persecución policíaca desde el estado de Colorado hasta el estado de California, cruzando a toda velocidad por medio del desierto. En el transcurso del viaje, vemos cómo el protagonista encuentra sus puntos de fuga (vanishing points) escapando de la ley y la justicia una y otra vez, y cómo poco a poco se va convirtiendo en un héroe popular; las personas lo admiran porque no hay nadie que lo detenga. En este sentido, la película logra su éxito al incluir la figura de un héroe y una persecución, fórmulas ampliamente probadas por Hollywood por lo que apostar a ellas tenía una alta probabilidad de éxito. Se podría decir que Vanishing Point es esta apuesta al estilo Hollywood bien atinada.
El guión de Cabrera Infante que no atina, sin embargo, es el último y más reciente comisionado por Andy García y que se titula The Lost City (2005). En el mismo, el escritor cubano retoma los temas de su primera novela, Tres tristes tigres, y trata de rescatar el ambiente de La Habana de 1958 justo antes de la Revolución. Básicamente relata la historia del cabaret El Tropical y de su clausura con el cambio de gobierno en 1959. El protagonista es el jefe de este cabaret que con la Revolución pierde su fortuna y termina exiliado en la ciudad de Nueva York. Lamentablemente, The Lost City peca de panfletera y la agenda política que está detrás de ella le resta valor. No solo la actuación y dirección de Andy García es pésima, sino que también las escenas en las que se despotrica abiertamente en contra del régimen castrista. Como parte de la comunidad cubana en el exilio, sobre todo en Miami, muchas de las películas producidas en o "desde" allí, o sea financiadas por esta comunidad, pierden mérito al presentar una visión extremista y polarizada de la isla de Cuba. Se suelen crear oposiciones binarias simplistas donde lo bueno es el pasado, los buenos son los exiliados, y lo malo es el presente y los comunistas que viven en Cuba. The Lost City, lamentablemente, cae dentro de este grupo. Pero, además de eso, encarna una nostalgia que puede ser peligrosa porque idealiza la década de los cincuenta en contraposición con la época actual, entiéndase los últimos 50 años. Aunque Guillermo Cabrera Infante se conoce como uno de los anti-fidelistas más aguerridos, en el guión de The Lost City no debió haber cabida para declaraciones políticas. De todas formas, y aunque termine con este intento fallido, es interesante la figura de Cabrera Infante para trazar las conexiones que tuvo el "boom" con Hollywood.