viernes, 2 de octubre de 2009

Fassbinder y su tercera generación


Conocemos de sobra que el amigo televisor nos acompaña a todos lados que vamos: a las salas de espera, a las cafeterías o lavanderías, a los museos, a la plaza del mercado, a las fiestas en los apartamentos o al restaurante mexicano. El sonido que producen estos aparatos multi-presentes muchas veces se vuelve un ruido blanco, una estática sonora sin sentido, eso sí, constante y serena como una canción de cuna. En la televisión todos dicen cosas, parlotean sin control, sancionan, declaman y entonan canciones que a todas luces no nos importan. El televisor llena los cuartos de emociones vanas y de un brillo luminoso que baila en la oscuridad.
La tercera generación de Rainer Werner Fassbinder esta llena de televisores con programas encendidos que nadie ve pero que a ninguno de los personajes molesta. El ruido blanco acompaña como un chaperón a este grupo enajenado y radical. El ejemplo máximo es esa magnífica escena coral en la cual una reunión se convierte en una cacofonía en donde simultáneamente tocan canciones en la guitarra, ven un programa de entrevistas, escuchan música, se leen libros en voz alta y tratan de coordinarse. El mundo que retrata Fassbinder en el 1979 es el mundo cuya lógica mediatizada ahora tiene su cima en las grandes pantallas epilépticas de Times Square o la programación por cable.


Estos amigos torpes e intelectualoides han embrutecido al descubrir que sus intereses mentales, culturales y políticos ahora son parte de un mercado bien establecido que condensa en anuncios su vitalidad. Estos dandies y mujeres fatales de Alemania están convencidos que con volverse terroristas lograrán colmar un vacío que se ha vuelto tan común como el vecino más cercano. La apuesta por un mundo mediocre que hacen los PJ Lurtz o sea, los responsables de las grandes empresas y la publicidad, ha convertido nuestras mentes en un conglomerado de mensajes confusos e incoherentes que no llegan a ningún sitio y que nos imposibilitan reaccionar con cordura y estrategia.


Fassbinder fue un director visionario por que su film de hace treinta años ahora es más pertinente que nunca. Esta es una tercera generación por que se ha degenerado. Ha perdido sentido, sensatez y audacia. Esta generación de terroristas trata de encontrar la diversión, el efímero momento de la adrenalina. Estos personajes burgueses con sus preceptos cínicos han perdido el placer del pensamiento, el placer del debate político. Su visión política se imprime en una gruesa capa de banalidad y estupor. Fassbinder satiriza la imagen del revolucionario posmoderno disfrazándolo de drag queen, de payaso y de perro. Esta es una generación que inclusive con ametralladoras tiene mala puntería. No acierta ni logra ser coherente, organizada, secreta o clandestina. Como esos televisores y grabadoras que no paran de hablar, se delata a si misma, se aniquila en su propio juego.