miércoles, 29 de junio de 2011

La Vergüenza en Los silencios del palacio de Moufida Tlatli


Una pluralidad de silencios inunda el espacio cerrado del palacio del Bey, el mismo título de la película de Moufida Tlatli nos lo indica. Estos silencios complejos son actos de omisión, de autocensura, remordimiento y vergüenza. Es el dolor inconfesable de sus protagonistas, la experiencia interior fracturada y violentada por aquello que resulta imposible decir, explicar o demandar. Tlati nos describe en imágenes unos silencios muy precisos, los de las mujeres del palacio y en específico los de la clase social más baja: las sirvientas. Alia es la hija sin padre de una de las más bellas entre las sirvientas. Su adolescencia estará marcada por el reconocimiento del rol de su madre dentro del palacio y de la herencia que este rol le otorga. Tal binomio madre/hija resulta el eje del relato fílmico y es a partir de éstas que se construye una metáfora intimista acerca de la posición de la mujer en la sociedad árabe tunesina.

Igualmente, la experiencia adolescente de Alia coincide con la revolución que libero a Túnez del dominio político francés y esto nos permite examinar la situación de la mujer posterior a la liberación. De hecho, es a través de “flashbacks” como se construye la historia. Diez años después de los sucesos, Alia hace un ejercicio de memoria durante el funeral de Syd Ali, su presunto padre, que le revelará muchas verdades de su vida y de la vida de su ya difunta madre.

Paradójicamente la película abre con un primer plano de Alia cantando junto a una orquesta. Su canto es intenso y pasional, sin embargo, una vez termina la canción, reconocemos un contraste entre su vida de cantante y su vida personal con la adopción de un hermetismo ante el encuentro de su compañero sentimental Lofti. Alia esta embarazada y la posibilidad de un aborto parece ser la única salida para continuar en la relación. Descubrimos que Lofti no esta dispuesto a casarse con ella debido a que Alia es cantante y esto representa una deshonra para él y su familia.

Luego de la revolución, el estado de la mujer en la sociedad sigue siendo igualmente limitado. Ella, al asumir el rol de cantante asume una posición socia baja considerada casi como a las de las prostitutas. Se resalta entonces, el lugar del cuerpo femenino como un espacio de conflicto y censura. La carga del cuerpo deviene sufrimiento, el cuerpo es responsable de los sentimientos trágicos de vergüenza que muestra la película. Este primer silencio: el del hijo por nacer, esconde la posibilidad prohibida de asumir el cuerpo maternal, además de cumplir la función de reconectar a Alia con sus otros silencios, aquellos vividos en el palacio, los relativos al sexo y al cuerpo femenino como objeto del deseo manipulable. Es en este momento cuando los recuerdos de su toma de conciencia sexual la unirán con la figura problemática de su madre. Como nos dice la propia directora en la entrevista realizada por Laura Mulvey:
“It’s only by absorbing herself in her memories of her mother that Alia can understand Khedija’s courage and the extent to which she had struggled on Alia’s behalf, and in fact the extent to which she had been a liberating force”.

El filme trabaja la reconciliación con el recuerdo materno y la difícil expulsión de los fantasmas traumáticos que dificultan las paces consigo misma.

En las primeras escenas en el palacio, vemos a Alia circulando por entre los dos mundos delineados y demarcados: el de los príncipes y el de la servidumbre. En la película de Tlatli, estos dos mundos responden igualmente a una división de los sexos, el mundo del poder, que evidentemente se encuentra en los salones de arriba, es un mundo dominado por los hombres y por un sistema de reglas patriarcales, las mujeres de este mundo oficial aparecen en el filme como figuras de relleno, sumisas y poco deliberantes. En el otro polo, el de abajo, se localiza la servidumbre compuesta en su mayoría por mujeres que además de hacer la limpieza y cocinar se encargan de sublimar con sus cuerpos, los deseos sexuales callados de los príncipes. Como nos indica la teórica y psicoanalista Julia Kristeva en su libro Poderes de la perversión:
“...por diferentes que sean las sociedades donde las interdicciones religiosas, que ante todo son interdicciones de comportamiento, protegen de la impureza, en todas partes se comprueba la importancia simultáneamente social y simbólica de las mujeres y en particular de la madre. En las sociedades en donde ocurre, la ritualización de la impureza está acompañada de una gran preocupación por establecer una división de los sexos, lo cual significa dar a los hombres derechos sobre las mujeres”.

Esta división de los sexos establece con precisión como la mujer es ante todo un ente de sumisión total a expensas de los despilfarros carnales de los príncipes. Su posición es la de higienizar el espacio, alimentar, divertir y ceder ante los embates sexuales de cualquier hombre del palacio. Alia es producto de algún embarazo no esperado de Khedija, una de las mujeres más hermosas de la servidumbre y por tanto, una de las más traumatizadas con su cuerpo (como una de sus crisis nerviosas luego de caer embarazada, nos lo indica). Reproducirse representa un trauma para todas estas mujeres inferiores en casta, significa el abandono de sus amantes, además de la evidencia vergonzosa del adulterio de los príncipes. Es por esta razón que el nombre del padre de Alia es inexistente, la vergüenza que este dato significaría para su progenitor un ataque para su poder. Esta incognita produce en Alia un sentimiento de misterio y curiosidad. Ella desea, como todo adolescente, establecer puntos claros de identidad y origen, pero el silencio que abarca el evento de su nacimiento la llena del vacío de la no-procedencia y la sumerge en un destino de mujer anónima como ha sido el de su madre.

Aunque por sus buenos tratos, Alia sospecha que Syd Ali es su padre (lo que la llena de alegría), una comunicación honesta parece serle prohibida. Esa información se mantendrá censurada por todos. Alia entonces deberá inmiscuirse en el mundo prohibido y escondido al cual esta sometida Khedija y desde ahí establecer para sí los lazos de identificación que busca. Su madre será tanto una figura de atracción como de repulsión de acuerdo a los límites que trazan sus circunstancias de mujer servil: por un lado Khedija tiene un acceso mayor al aréa de arriba del palacio, gracias a su relación con Syd Ali, lo que le permite involucrarse más en las actividades y festividades que suceden, sin embargo al tener que someterse al dominio físico masculino le ocurren momentos horribles que le resaltan su impotencia y sumisión psíquica y física como mujer. Este es el caso de la violación por el hermano de Syd Ali: violación que por más vergonzosa que fuera, debe callar e incluso hacer como si nunca ocurrió. Alia, mientras alimenta su imaginario con la vida de su madre, reacciona tanto con empatía y emulación como con repulsión a estas distintas instancias, como cuando se maquilla como Khedija frente al espejo y parecería estar dispuesta a ser su sucesora, o por el contrario, cuando luego de presenciar la violación cae en un estupor tal que se enferma misteriosamente con jaquecas increíbles.

Su naciente deseo sexual se va adaptando a las vivencias de su madre con los hombres del palacio, creándole una gran confusión en cuanto a su relación con el joven Lofti. Por momentos ella se siente muy atraída por él y en otros le aterra la idea de dejarse tocar, todas sus escenas juntos dan muestra de esto, incluso él llega a reclamarle por su confusión. Sin embargo, Lofti significa para ella, en un principio, el despertar de la conciencia tanto sobre la política nacional y el conflicto de liberación, como también sobre su posición como mujer dentro del palacio. Lofti siendo revolucionario la incita a liberarse y a adoptar en la música la voz que con tantas ansias desea salir. Como nos dice Moufida Tlatli: “She begins to believe that if the country can be freed then she too will be. She believes him when he tells her that she will be a great singer”.


Precisamente es en la música donde Alia logra desahogarse del ambiente de tensión y silencio que la rodea en el palacio. La película construye su crecimiento musical metafóricamente de acuerdo a su propio proceso de liberación. “The lute becomes her fetish/companion. Whenever she can’t comunícate with the grown-ups, she takes refuge in the attic with the lute she has made for herself”. Al principio solo puede cantar y tocar el laúd prestado de la hija legítima de Syd Ali, su voz todavía esta muy cruda aunque ya da indicios de su potencial, demostrando que aún no le permiten participar plenamente del mundo de “arriba”. Luego, según se empieza a relacionar con Lofti y experimentar el deseo sexual, propio y/o ajeno a través de Khedija, su voz empieza a salir con bríos nuevos llamando la atención de los hombres del palacio. Su madre quiere evitar esta evolución por que teme que Alia se convierta en lo que ella ha sido. Esto causa una herida grande en la relación madre/hija que no se resuelve hasta que Khedija decide regalarle su propio laúd, aceptando el papel de la música en el bienestar de Alia. Al tener la comprensión de su madre y obtener su propio instrumento Alia puede desarrollar a fondo su talento, dando pie a su transformación como cantante de los príncipes y nuevo objeto de deseo. Se establece entonces el vínculo entre el arte y la sexualidad. Alia como cantante pasa a ser un objeto de entretenimiento y sensualidad para los hombres del palacio. Esta mutación de Alia le resulta terrible a Khedija que ante un nuevo embarazo no deseado, le resulta insoportable traer al mundo otro ser hacia ese destino que Alia parece haber asumido también. Su aborto le ocasionará la muerte, irónicamente coincidiendo con el canto de lucha de Alia (el himno revolucionario) durante la boda, cuando Alia destruye su rol de seductora asumiendo la voz de la liberación.
Diez años después, Alia, ante la posibilidad del aborto reconoce que su vida a pesar de las esperanzas que en algún momento tuvo, se ha convertido vergonzosamente en la de una mujer sometida a las mismas normas que causaron tanto sufrimiento silencioso a Khedija. Su decisión de tener el hijo se convierte en una nueva protesta contra los ordenes y prejuicios patriarcales que la someten en este caso por Lofti que con el tiempo resulto ser igual de conservador que sus antecesores.




Moufida Tlatli trabaja en su filme un paralelismo entre el silencio y la vergüenza femenina. Aquello que es callado y censurado corresponde totalmente con los hechos más ignominiosos de sus protagonistas. Toda la información nos llega subliminalmente con un esmero subterráneo poético. Mediante los personajes de Alia y Khejida, Tlatli construye una metáfora social de la mujer tunesina bajo el sistema aristocrático de los Beys. Su tratamiento del silencio establece nuevos lenguajes corporales y de miradas que buscan comunicar la vergüenza o la protesta ante ella, en cada gesto, en cada omisión de la palabra.

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