AND HE
WORE A HAT
AND HE HAD A JOB
AND HE BROUGHT HOME THE BACON
SO THAT NO ONE KNEW
Mongoloid, Devo
AND HE HAD A JOB
AND HE BROUGHT HOME THE BACON
SO THAT NO ONE KNEW
Mongoloid, Devo
Si Spinal Tap (1984) y Trainspotting (1996) tuvieran un bebé…
La tentación resulta demasiado grande para el famoso escritor Dries (Dries Vanhegen), cuando a su puerta llaman tres esperpentos que dicen casi formar una banda y que precisan de sus servicios como baterista para completar el cuadro. La misión: ganar el concurso más salvaje de bandas que se lleva a cabo en la ciudad de Ostende, ubicada en la región flamenca de Bélgica. Sólo un pequeño detalle: cada uno de los miembros de la banda tiene que padecer de alguna “discapacidad”. Para cumplir con dicho requisito, el bajista/cantante/psicópata Koen (Norman Baert), además de atracar mujeres y de caminar al revés por su apartamento, cecea al hablar. Mientras tanto Jan (Gunther Lamoot), uno de los guitarristas, tiene un brazo paralizado debido a un traumático episodio masturbatorio. Y finalmente Ivan (Sam Louwyck), el otro guitarrista, es sordo y vive con su infante y la problemática madre junky de ésta. La única cualificación/”discapacidad” que garantiza la elegibilidad de Dries para participar de la banda es que éste supuestamente no sabe tocar la batería.
Esta
es, a grandes rasgos, la premisa – ¿o el pretexto? – de ExDrummer (2007), adaptación
cinematográfica de la novela homónima de
Herman Brusselmans, llevada a cine por el realizador belga Koen Mortier.
Carnavalesca,
absurda, grotesca, escatológica… Los primeros cinco minutos de ExDrummer serán suficiente preámbulo
para des-invitar a los espectadores más recatados. Ciertamente esta no es ni la
última, ni la más jodida de las películas que se haya visto. Pero no se trata
de darnos a la tarea banal de determinar el nivel de morbo que se haya
alcanzado en el cine, pues para eso existe el reiterativo multi-verso de
géneros de “explotación” (blaxploitation,
sexploitation, etc.) o la sempiterna
y también reiterativa franquicia de Saw (2004
- ¿?), entre otros. No obstante el filme cae en la redada de obras tales como C’est arrivé près de chez-vous (Man Bites Dog, 1992) o Salò (1974), cuyo carácter
intrínsicamente polémico y cuya consecuente mala reputación no logran sino galvanizar
a priori las más acérrimas posturas
reaccionarias. La curiosa conclusión que se replica cuando se denuncia el
estreno o la realización de este tipo de filmes “polémicos” puede formularse
como sigue: no hace falta ver una película que es inmoral. Y precisamente de
ahí nace el tranque. ¿Cómo, y para qué, recomendar una película cuyo contenido no
prefigura el campo preferencial de un sujeto? :-\
A
Koen Mortier poco le interesa contestar la pregunta de los 60 mil chavitos. Su
filme no es Salò, y él mucho menos
Pasolini. No predominan las preocupaciones intelectuales; y si se proponen,
quedan supeditadas al contenido visceral de la narrativa. En principio, la
historia no ofrece mucho cupo para la empatía. Es simplemente la historia de un
grupo de seres abyectos con la misión de vencer a otra banda liderada por otro
escritor a quien le dicen Verga Grande (la curiosidad sobre el apodo quedará
más que clarificada en el filme). La banda protagonista, cabe añadir, termina
llamándose “Las Feministas“, pues según la lógica misógina del filme, “cuatro
músicos minusválidos son igual de inútiles que un grupo de feministas.”
No
tomará mucho tiempo para que el escritor y baterista Dries, quien se articula vis
a vis los demás como portaestandarte de lo civilizado – es escritor; pudiente; vive
en un condominio pintado de blanco, en claro contraste con la sordidez que lo
rodea, etc. -- se convierta en el líder y en el miembro más sádico de la banda.
Dries, oportunista por vocación, tiene otra
misión que la de la banda: conseguir material para su ficción. Si esto conlleva
orquestar la auto-aniquilación de estos seres para lograrlo, “so be it”, parece
concluir el personaje.
Tomando
prestado de Antonin Artaud y el denominado teatro de la crueldad, podríamos
decir que ExDrummer “apuesta por el
impacto violento en el espectador”. Si algo separa el gore que emplea Mortier
en su filme del que aparece en filmes de “explotación”, es que lo emplea como
medio y no como fin. Mortier, por otro lado, es un virtuoso a la hora de crear
plano secuencia y/o efectos que deslumbran por su astucia técnica pero que explotan
las capacidades diegéticas del cine. En todo caso, dada la fluidez que exhibe, no
llama la atención tanto la forma del filme como el “shock for shock’s sake” del
contenido. Una mirada más detenida, sin embargo, rendirán cuenta de que la
propuesta ostenta un balance excepcional entre lo cuenta y cómo lo cuenta.
El
espectador podría distanciarse de lo que ve tildando a los personajes de
salvajes, o animales incluso. No obstante mientras más salvajes parecen ser las
circunstancias presentadas en la historia, más recuerdan que parten de un
contexto muy intrínsecamente humano. Según arguye Henri Bergson en su ensayo
sobre la risa (traducido al inglés en 1911), “Laughter must answer to certain
requirements of life in common. It must have a social signification”. Añade además que cuando nos reímos de un
animal, lo hacemos porque nos remite a una cualidad humana; es decir, la mofa,
aún dirigida a seres u objetos externos al animal humano, a través de una
especie de significación retroactiva, conserva siempre un contexto social. Me
río de este orangután, por ejemplo, no por su comportamiento en sí y para sí,
sino porque lo re-contextualizo y lo pienso en virtud de la sociedad, la etiqueta,
los protocolos, etc.:
En
este sentido el mundo de salvajes del cual nos burlamos en ExDrummer, tiene el mismo efecto que tiene el video del pequeño
humanoide que quizá tranquilamente juega a la puntería (otro juicio antropomórfico,
claro): “the joke is ultimately on us”.
El
filme de Mortier no persigue la redención. Para cuando termine, el espectador, inadvertidamente,
habrá asumido la mirada misántropa del escritor Dries y, quiéralo o no, habrá
sido cómplice activo de lo que acaba de ver.
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