La ciudad es una ruina.
Los trenes son para el graffiti.
La renta es barata, pero te acuestas junto a cucarachas; Los bedbugs te marcan la piel.
Duermes en un matre que encontraste.
Mataron a alguien cerca y los junkies se arremolinan en la entrada del edificio.
Tus amigos se llaman Jim Jarmusch, Steve Buscemi, John Lurie, Debbie Harry, Eric Mitchell, Amos Poe. El que pinta se llama Jean Michell. La de la banda Lydia Lunch.
Esta noche tocan Television, la poeta Smith y los jovencitos ruidosos de Sonic Youth.
Te robas una cámara de 16 milímetros.
Filmas a tus amigos corriendo por las calles, besándose, conversando, disparando.
La editas lo más rápido que puedes.
La estrenas por la noche en tu barra favorita. Todos están ahí. Drogados o no.
Blank City, opera prima documental de Céline Danhier recupera este escenario. New York City a finales de los 70’s- principios de los 80’s era una urbe muy diferente a la económicamente boyante del presente. El downtown parecía una zona de guerra. La ciudad estaba en bancarrota y Brooklyn era un guetto gigante (ver Taxi Driver, Donwtown 81 o Panic in Needle Park como referencia). A pesar de lo inhóspito y deprimente de esas circunstancias, la ciudad fue el espacio que germinó dos de los más interesantes (y radicales) movimientos artísticos de las últimas décadas: No Wave Cinema y Cinema of Transgression.
Blank City tells the long-overdue tale of a disparate crew of renegades filmmakers who emerged from an economically bankrupt and dangerous moment in NYC. In the late 1970’s to mid 80’s, when the city was still a wasteland of cheap rent and cheap drugs, these directors crafted daring Works that would go on profoundly influence the development of independent film as we know it today.
Sintetiza acertadamente el comunicado de prensa.
Más que un movimiento organizado, el No Wave fue una manera de enfrentarse creativamente con la realidad decadente; un estilo de vida que se expandió a todas las disciplinas del arte. Con un trasfondo de pobreza, desempleo y supervivencia básica, los artistas que se asocian con este movimiento estaban lejos de la bohemia burguesa de un Woody Allen o del aprendizaje académico de otros cineastas famosos de los 70.
Más bien la lógica que los movía era la de autogestionarse una experiencia artística en la que dominaba la necesidad de expresión por encima de la maestría de un medio en específico. Según viniera a cuenta los artistas del No Wave eran tanto músicos de post-punk, como artistas plásticos; actores o cineastas.
El atrevimiento, la originalidad y el empuje fueron cualidades celebradas por todos. El nihilismo punk sostenía mucho de este acercamiento. Como eficaz contracultura, el No Wave mantuvo un rechazo a las normas establecidas por los mercados, la academia y la cultura “mainstream” proponiendo una estética oscura y ruda. Este grupo también llamado “Blank Generation” veía la ciudad como un canvas en blanco del cual había que apropiarse (de ahí el título del filme).
Bajo esta perspectiva se logró formar una comunidad muy ecléctica y desgarbada, sobre todo en el área del Lower East Side y el East Village, que se movía en una constante ebullición creativa, de una filmación, a una exhibición, a un show de música; todos igualmente creadores y público… Por supuesto, entre esas movidas estaban: el alcohol, el sexo, las drogas y demás (leer Just Kids de Patti Smith como referencia).
La primera parte del documental de Danhier contextualiza a estos artistas con lo resumido arriba, aunque busca enfocarse en específico en la gestación cinematográfica del movimiento. Con unos recursos de archivo impresionantes, la directora logró recuperar muchas de esas primeras cintas (la mayoría desaparecidas hasta ahora), haciendo un muestrario muy acertado de las mismas. El anecdotario que las rodea es una joya: desde robos de equipo, engaños a agentes de Real State, ocupaciones de apartamientos, fiestas extravagantes y estrenos instantáneos en barras y galerías.
Aunque ciertamente “disparatadas”, estas anécdotas revelan el impulso vital de estos cineastas, así como su determinación intrínseca y valiente a hacerse de un nicho en el ambiente cultural de la época. Estos aspectos nos remiten a los experimentos cinematográficos del Warhol de The Factory, y como movimiento a las nuevas olas del cine de los sesenta en cuanto a inmediatez, frescura e improvisación. Sin embargo, me parece que el No Wave se deshizo de los aspectos naïve y cinéfilo- referenciales de este cine, construyendo imágenes y situaciones más sórdidas, eléctricas y auténticamente callejeras. Incluso Jim Jarmusch con su cine contemplativo y silencioso, reflejó muy bien el hastío y el derrumbe urbano de esos años.
El documental se mueve entonces en su segunda mitad a describir cómo ya en los años ochenta, otra vez en el Lower East Side, y bajo unas circunstancias cónsonantes con el No Wave, surgió el grupo denominado Cinema of Transgression. Para entender la propuesta marginal de este grupo nada mejor que reproducir un párrafo de su manifiesto escrito por Nick Zedd:
We violate the command and law that we bore audiences to death in rituals of circumlocution and propose to break all the taboos of our age by sinning as much as possible. There will be blood, shame, pain and ecstasy, the likes of which no one has yet imagined. None shall emerge unscathed. Since there is no afterlife, the only hell is the hell of praying, obeying laws, and debasing yourself before authority figures, the only heaven is the heaven of sin, being rebellious, having fun, fucking, learning new things and breaking as many rules as you can. This act of courage is known as transgression. We propose transformation through transgression – to convert, transfigure and transmute into a higher plane of existence in order to approach freedom in a world full of unknowing slaves.
Como fácilmente se destila del manifiesto, las películas de los “transgresores” elaboran imágenes y situaciones violentas y/o gráficas. Los temas abarcan aspectos mórbidos del sexo, las drogas y el crimen. El estilo es crudo y lleno de rupturas en cuanto a las llamadas normas de filmación y edición promulgadas por las escuelas de cine, manteniendo una agenda tanto anti-académica como de protesta socio-moral.
Aunque Blank City no es el primer documental que se hace de los artistas de este período en Nueva York, el filme resulta particularmente valioso por enfocarse en los cineastas, sus trabajos y prácticas (usualmente se habla más de las bandas). El trabajo de archivo es magistral y lo mejor, inédito en la mayoría de los casos. Las entrevistas están muy bien articuladas y se le da en su conjunto una voz a una generación de cine independiente bastante mal entendida y documentada. La mayoría de estos creadores se mantienen trabajando al margen de la industria y sus películas rara vez se distribuyen, por tanto, a pesar de su aportación al séptimo arte, siguen siendo desconocidos para el público cinéfilo. Incluso los que alcanzaron fama como Jarmusch, Todd Haynes o John Waters siguen realizando trabajos con poca difusión.
Con ésta película Céline Danhier se muestra como una documentalista muy madura y de mucho ímpetu a la cual habrá que vigilar en el futuro. Todavía le falta alcanzar un estilo más propio, hay que decirlo. Para ser un filme sobre cineastas radicales, Blank City, al menos en cuanto a construcción estética y ritmo, se mantiene en un terreno popero y seguro más cercano a los documentales noventosos de MTV y VH1, que a las películas a las cuales les hace homenaje. Aunque quizás para algunos esto también sea un valor.
1 comentario:
Estoy buscándolo como loca pero no hay manera de verlo. Sólo hay screenings oficiales en EEUU y Canadá. Algún sitio donde se pueda conseguir? Gracias
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