miércoles, 27 de junio de 2012

Te Prometheus que no quiero ser como George Lucas...

 
A finales del siglo veintiuno, una pareja de arqueólogos compuesta por la Dra. Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y el Dr. Charlie Holloway (Logan Marshall-Green), descubre unas prehistóricas imágenes pintadas en las paredes de una cueva en una isla cerca de la costa de Escocia. Las imágenes aparentan ser de una figura antropomórfica que señala hacia unos círculos en el cielo. El mismo patrón de círculos ha sido encontrado en varias partes del mundo, dibujados por culturas que, separadas por cientos de años y por grandes expansiones geográficas, nunca tuvieron contacto una con otra. Los arqueólogos concluyen que las imágenes son un tipo de mapa estelar, y fabrican una hipótesis según la cual los humanos en realidad no son producto de la selección natural, sino que fueron creados por unos seres extraterrestres, a quienes deciden llamar “ingenieros”, que habitan en el planeta señalado en las pictografías antiguas encontradas en los yacimientos arqueológicos.
Con esta premisa improbable embarcamos en un viaje por el espacio con la tripulación de la nave que comparte el nombre del título de la película, Prometheus, en búsqueda de “nuestros creadores”. Aunque originalmente fue concebida como una precuela directa del filme clásico de ciencia ficción Alien (1979), la nueva y ambiciosa película de Ridley Scott toma un giro totalmente distinto. La historia se desarrolla en el mismo universo que la serie original compuesta por Alien (1979), Aliens (1986), Alien³ (1992) y Alien: Resurrection (1997), pero toma lugar antes de los eventos de la primera película. El filme explora la mitología y cosmología de ese universo, así como el origen de la humanidad y el origen de la amenazante especie conocida por los humanos como “xenomorph” o “alien”– el antagonista intergaláctico del personaje más importante de la carrera de Sigourney Weaver, Ellen Ripley.

Te puedo matar con sólo las manos.
La saga de Alien es una de las historias más intrigantes del cine de ciencia ficción, tanto por lo que nos muestra de su universo, como por lo que nos esconde. Parte de lo que permitió que la saga fuera el fenómeno que llegó a ser es el hecho de haber sido accidental- y accidentada-mente convertida en una serie, dirigida, además, por un cuarteto alucinante de directores (Ridley Scott, James Cameron, David Fincher, y Jean-Pierre Jeunet; juro que algo así jamás podría ser planificado). Nunca sabemos de dónde vino la criatura cuyo único propósito parece ser su propagación a través de métodos de reproducción tan grotescamente parasíticos y violentos que si se le permite resultaría en nada menos que la destrucción de la humanidad. Vemos la relación que Ellen Ripley va desarrollando con los aliens mientras descubre que ella es lo único que detiene que caigan en manos de la corporación Weyland-Yutani, quien desea apoderarse de una de estas criaturas para utilizarla como un arma biológica sin entender que son absolutamente incontrolables.

Prometheus intenta mantenerse en el mismo universo utilizando varios temas, personajes y tecnologías recurrentes de la serie original, pero apartándose temáticamente. Siguiendo el clásico estilo de la saga de Alien, la tripulación se encuentra en animación suspendida durante el transcurso del viaje, con la única excepción del también clásico personaje de la saga, un androide, en esta ocasión llamado David (espectacularmente protagonizado por Michael Fassbender), quien se dedica a estudiar lenguas antiguas durante los dos años de la duración del viaje, y de forma muy desconcertante (y al parecer por ninguna razón en particular, a parte de curiosidad morbosa) utiliza una tecnología que le permite ver los sueños de la Dra. Shaw mientras ésta se encuentra en el estado de stasis. Cuando llegan a su destino, la tripulación compuesta principalmente por varios científicos se encuentra con un planeta desolado, pero con obvias señales de que alguna vez hubo vida inteligente.

Es en este momento que comienzan los problemas, tanto para la tripulación que se encuentra en un planeta que resulta ser mucho más hostil de lo que imaginaron, como para la audiencia, que es bombardeada con tantos eventos ilógicos y subtextos empapados de simbolismos de mitología griega y cristiana que resulta casi imposible saber si debajo de todo esto existe una historia coherente.

Prometheus se va en mil tangentes sobre el origen extraterrestre y artificial de la humanidad, al igual que el origen de la criatura de la serie original, y hace muchísimas preguntas filosóficas y cuasi-religiosas que no es capaz tan siquiera de tratar con madurez, mucho menos contestar. Intenta explicarnos demasiadas cosas de la serie original que no necesitaban explicación, mientras que deja demasiados cabos sueltos que realmente requerían ser resueltos si el director deseaba hacer una película con alguna pizca de lógica interna. Ridley Scott parece que sigue enchismado con el hecho de que a James Cameron le dieron el contrato (y el presupuesto) para hacer la secuela de Alien (generalmente reconocida como la mejor de las cuatro), por lo que desea regresar nuestra atención a los misterios de la primera película y explicarlos, como en un intento de establecer que ese mundo le pertenece, que merece derechos de autor y que por subsiguiente merece apoderarse del control canónico. Es obvio al final de la película que tiene intenciones de hacer una o más secuelas. Desea intencionalmente crear una serie paralela y propietaria para hacerle competencia a una serie clásica que nunca fue planificada como tal.

La lección de Prometheus es la siguiente: en el cine, algunas cosas son planificadas; pero la magia está en los accidentes, aunque sólo con suerte saldrá bien. No se puede planificar una saga como la de Alien. La profundidad filosófica de la serie nace de forma orgánica cuando se contrastan las visiones de los diferentes directores a través de los años. Además, como cualquier película, lo más importante es el guión. Todo lo demás es flexible. Fue lo que permitió que Alien nos fascinara con su concepto intencionalmente carente de certeza, de nunca tener idea de lo que está ocurriendo. En Prometheus ocurre lo mismo- nunca sabemos lo que está ocurriendo, pero no es intencional y resulta absolutamente frustrante. En ciencia ficción (y más cuando se tiene un gran presupuesto), es demasiado fácil distraerse con la capacidad de hacer que la visión imaginaria se haga realidad y creerse dios; envolverse en la belleza de la imagen y olvidar que la película tiene que ser coherente. Alien retaba a la audiencia, con pequeños bocados inteligentes que nos aterraban mientras nos llenaban de una morbosa fascinación, haciéndonos cómplices de la imagen grotesca y obligándonos a cuestionar la naturaleza de nuestra propia humanidad. En cambio, Prometheus nos empuja por la garganta un emplegoste de conceptos filosóficos superficiales ya masticados, haciéndonos cómplices del ego de Scott y obligándonos a cuestionar si – luego de ser asfixiados por un animal que sangra ácido y deposita sus huevos en nuestro pecho – tal vez hubiese sido mejor morir por causa de explosión pectoral, antes que exponernos a esta película.

¡¿Por qué no fui a ver Moonrise Kingdom?!
Scott desea utilizar la fama de la saga de Alien para crear un mundo aparte bajo su control total. Por su propia admisión, incorpora el ADN de Alien para crear algo nuevo. Pero también incorporó un poco del ADN de Blade Runner, y aunque dudo que lo admitiría no pudo evitar la influencia de Cameron, particularmente por medio de Avatar. En teoría, esto debiera ser un cóctel genético para un filme de ciencia ficción maravilloso, pero en la práctica terminamos con una versión fílmica del monstruo de Frankenstein: visualmente impresionante, pero violento e incomprensible.