Cualquiera puede ganar |
Cine | |
Chemi González/Especial para En Rojo | |
Si ha escuchado por ahí que Slumdog Millionaire, la mas reciente película del cineasta británico Danny Boyle es quizás el ¨feel good movie¨de este “oscar season” –a la usanza de lo que fue Little Miss Sunshine hace dos años atrás– no se equivocan. Ahora bien Slumdog es una película que bien reta el termino de lo que es un “feel good movie”. Hacía tiempo que no veía un filme con una conclusión tan clichosa, que funcionase porque quizás venía precedida de tanto elemento chocante e incómodo –de forma tan poco clichosa, esto no es una película “esperanzadora” del holocausto– en Slumdog Millionaire verá una masacre en los suburbios de Bombay, a un niño que le queman los ojos, a una niña a la que prostituyen desde temprana edad, a un joven al cual torturan incesantemente mediante descarga eléctrica. Y probablemente no saldrá tan contento de haber visto una película así en esta época navideña. A eso debe añadirle también que una de las escenas más graciosas del filme consiste en un niño que se cae a un pozo de mierda en la escena de humor escatológico más inteligente que se ha visto desde Borat. Sí, este filme logra un milagro casi nunca visto en las pantallas de cine últimamente. Un filme artístico que es a la vez accesible. Un “crowd pleaser” que será apreciado tanto por el espectador casual como por el cinéfilo mas empedernido. Danny Boyle es un caso extremo y complejo entre los cineastas contemporáneos. Desde que irrumpió en 1996 con una película que se convirtió en fenómeno, Trainspotting, –antes había hecho la muy efectiva Shallow’s Grave– su carrera ha sido tan diversa como errática, eso causado precisamente por esa misma diversidad. La inquietud artística de Boyle lo ha hecho explorar en la comedia estadounidense, A Life Less Ordinary, en el filme de zombies 28 Days Later, en el cine de ciencia ficción, Sunshine, vista en nuestras salas más temprano en el año y hacer filmes que ante los ojos de casi todo el mundo han sido sonados fiascos –The Beach–. Después de Trainspotting la única película realmente efectiva de Boyle en opinión de quien esto escribe es Millions, una candorosa historia de un niño que descubre una fortuna monetaria en el Londres que está punto de hacer el cambio económico de libra a euro. Curiosamente esa película fue escrita por Frank Cotrell Broyce, el guionista usual de otro cineasta inglés igualmente diverso, Michael Winterbottom, que si ha logrado un corpus efectivo de producciones que a primera vista no tienen que ver una con la otra. En aquel momento me cuestioné si el éxito de Millions y del enfoque unitario diverso del cine de Winterbottom se debía a los excepcionales guiones de Cotrell Broyce y determiné quizás que la genialidad de aquel filme se debía a que el guión de Winterbottom por fin dio enfoque al rico pero desenfocado universo de Boyle. Pero con Slumdog, que no está escrita por Cottrell Broyce sino por otro importante guionista inglés, Simon Beaufoy, Danny Boyle se reafirma como uno de los cineastas contemporáneos más importantes del momento. La historia comienza con Jamal (Dev Patel) un muchacho de los suburbios de Mumbay –conocidos normalmente como “Slumdog”–. Jamal desde niño ha tenido una vida poco privilegiada. Creciendo en los suburbios de Bombay es testigo del asesinato de su madre lo cual lo deja en la calle, junto a su hermano Salim para juntos sobrevivir como se pueda. Es así como se encuentran con la ganga local de mafiosos que utilizan niños para su conveniencia –desde la prostitución infantil, hasta para sus robos– Jamal y su hermano logran escapar todo tipo de vejaciones y torturas de la mafia local, pero son testigos de muchas. En medio de todo eso, Jamal y Salim conocen a la pequeña Latika, huérfana como ellos y también presa de las redes de la mafia. Jamal y Salim logran por fin escapar en un tren, pero Latika no logra alcanzarlos por más que Jamal –que se ha enamorado de ella– lo intenta. Ése es el punto de partida del personaje de Jamal, pero el primer encuentro que tenemos con su presencia es en una estación de policía donde al Jamal de 18 años están interrogando y torturando; la razón: su participación en la versión india del programa Who Wants to be a Millionaire? El que un joven “slumdog” como Jamal sepa todas las respuestas de un programa de televisión como ése, levanta obvias sospechas de parte del conductor del espacio televisivo (Anil Kapur) que al igual que Jamal también salió de los suburbios a llegar a ser una de las principales figuras de la televisión. Es por lo tanto entendible que Jamal, que está encaminado a convertirse en millonario, sea visto por el conductor como una posible amenaza que podría desvirtuar su propia rags to riches story. Es así que conocemos la historia de Jamal, la historia de cómo determinó las respuestas de todas y cada una de las preguntas nos lleva a la narrativa visual de los hechos, que incluyen desde una divertida secuencia en que Jamal y Salim se convierten en guías turísticos del Taj Mahal, hasta el reencuentro con el gangster que los torturó y abusó como infantes, y del cual Jamal, pero no Salim, vuelve a escapar y poco a poco vamos conectando el rompecabezas de la historia de Jamal: no es el ansia de fortuna ni la esperanza de salir del único mundo que conoce, el de ser “slumdog”, lo que lleva a Jamal a participar en el programa de televisión, sino su eterno amor por Latika (Freida Pinto), quien pudiera ser que estuviese viendo el programa. Es así que una historia tan clásica y trillada como la eterna búsqueda del verdadero amor –a toda costa y rebasando toda frontera– nos lleva a la construcción y variación de otra historia tan harto conocida, el rags to riches story, que aquí parece ocurrir por azar y al cual el mismo protagonista da tan poca importancia. Ése es uno de los elementos que hacen genial la propuesta de Slumdog Millionaire. Es verdaderamente fascinante la manera en que Boyle juega con tantos elementos conocidos y les da una nueva vitalidad y energía. Con su arriesgada puesta en escena, Boyle apuesta y triunfa al hacer un filme del cual no podemos despegarnos ni un solo momento, al estar todas sus imágenes cargadas de tanto dinamismo e inventiva. Boyle sabe cómo utilizar todos los elementos cinematográficos a su alcance –desde la kinética cámara de uno de los mejores directores de fotografía del cine actual, Anthony Dod Mantle, hasta el uso de una de las bandas sonoras más impresionantes del año. Todos estos elementos los pone en función de un filme que es como un laberinto complejo y divertido a la vez: muchas veces no sabemos a dónde Boyle nos llevará y en más de una ocasión terminamos en lugares muy diferentes a los que pensábamos que como espectadores íbamos a llegar. La gran sorpresa es que en vez de predisponernos como espectadores a que ocurrirá tal o cual cosa nos dejamos simplemente llevar. En una época en donde el cine predominante se ha convertido en formula conocida, en material de consumo para espectadores pasivos, es un verdadero regalo que algo tan inteligente como Slumdog Millionaire haya llegado a las pantallas de cine –algo que estuvo a punto de no ocurrir sino fuese por la aclamada acogida que tuvo el filme en el pasado festival de cine de Toronto–. Si la película, como ya se habla, es la próxima ganadora del Oscar a la mejor película, será una de las películas más extrañas que se hayan llevado dicho premio, pero será otra reafirmación de la Academia a que el cine tiene que cambiar con los tiempos. Definitivamente, Slumdog Millionaire propone nuevas lecturas de las dinámicas clásicas del cine y de la relación del espectador con dichas dinámicas. Bienvenidas sean. |