miércoles, 28 de septiembre de 2011
Seres en las sombras de Fontainhas
miércoles, 14 de septiembre de 2011
The Wayward Cloud: verano caliente, verano bellaco
Dentro de esa gama de representación, el verano es una de las estaciones más interesantes por lo volátil y extremo que puede resultar. Filmes sobre el verano hay de todo tipo, desde simplonas películas de surfers y jangueo playero, pasando por romances empalagosos de vacaciones, dramas acalorados (el hastío del estío) y thrillers sudorosos. El verano se trata como un paréntesis de ocio peligroso entre las temporadas de trabajo. Un tiempo de explorar el exterior con los disfrutes y choques que esto implica.
Dentro de este tipo de filme veraniego me topé recientemente con la poderosa y sui géneris The Wayward Cloud (2005), película taiwanesa del director Tsai Ming-liang. The Wayward Cloud es una película que traspasa géneros y defiende por completo las políticas de autor en el cine. Por momentos el director se apropia de los silencios urbanos de un Antonioni para capturar el ahogo existencial. Luego rompe esta atmósfera de alienación con un número musical campy o una escena sexual en una onda porno-surrealista. La película se mueve entre géneros y animosidades muy dispares manteniendo cierto balance con la presencia constante (estética y lúdica) de melones, escenas calurosas de ritmo pausado e interrupciones musicales con canciones poperas de dos minutos y medio.
Muchos críticos mencionan que la película es demasiado arbitraria. Pero a mi entender no es del todo así. La trama se estructura a partir de los ejes temáticos verano, ciudad y sexo.
Taipei se encuentra agobiada por la sequía y los cortes de agua potable en uno de los veranos más calurosos de la historia. Las noticias en la radio y la televisión solo hablan de ello y de un fenómeno inesperado: las ventas de melones han ascendido desaforadamente. En un principio como medida contra la deshidratación, pero pronto como parte de unas complejas dinámicas de cortejo (que las escenas sexuales llevan a niveles extrapolados).
Con este trasfondo Tsai se concentra en dos personajes: Hsiao, un actor porno en medio de una extrañísima filmación y Shiang, una mujer tímida y solitaria que desarrolla una relación intensa con el actor, tanto a nivel cotidiano (son un intento extraño de pareja), como también desde un estado de bellaquera voyerista.
Esos tres ejes antes mencionados se entrelazan constantemente en el filme. El excesivo calor del verano nos deja ver la desesperación existencial y sexual que subyace en los personajes:
-Shiang vive una experiencia de shock urbana. El director la retrata como una mujer asustada y perdida que trata de subsanar un vacío en los encuentros con Hsiao. Sus intereses son mínimos y los estados contemplativos/voyeristas a los que sucumbe sugieren una inquietud deseante (una producción fantasiosa de libido que no logra su finalidad).
-Hsiao se ha automatizado en el mundo porno. Es un falo andante que responde amoralmente a las órdenes de un director abusivo. Desde una perspectiva psicoanalítica representa al goce sin más, o sea, el gasto de energía libidinal. Las siestas por la ciudad y sus paseos desazonados lo muestran como un hombre apagado e inexpresivo emocionalmente.
Es con las escenas musicales en que vamos entendiendo el interés genuino de comunicación, contacto e intimidad alegre que se va generando entre los personajes. Ambos quieren ser salvados de su hastío, ambos quieren estar cerca del agua (literal y metafóricamente). Los números musicales que estos mismos actores protagonizan son temas pegajosos que relatan historias de amor y deseo. Tsai juega con una estética camp y con una hilarante sexualidad disfrazada (tetas gigantes, sombreros de penes) para comentar y contrarrestar la otra trama paralela y oscura.
Al término de cada respiro musical Tsai regresa a las patéticas e incomunicadas circunstancias de estos personajes en su intento de conjugar una vida de pareja con el trabajo decadente del actor. Shiang y Hsiao intentan sobrevivir el blues del verano, la ciudad en sequía y una sexualidad viciada.
El final pornográfico muestra una confrontación desesperada entre el deseo voyerista de ella y el goce/desperdicio de él. El resultado es un triunfo asfixiado del deseo que sienten el uno por el otro. Tsai propone un desplazamiento (meta-pornográfico) hacia el verdadero objeto del deseo, o sea, algo así como encontrar el amor en la venida del otro.
Las estaciones mantienen un protagonismo psíquico en la manera en que somos y representamos el mundo. Tsai Ming-liang utiliza el verano como un factor determinante para mostrar las complicadas relaciones íntimas de esta pareja de personajes recurrente en su cine. Apostando por un surrealismo sexual-musical, Tsai se adentra en los terrenos escabrosos de la fantasía y las producciones fílmicas deseantes. Bajo el intenso verano éstas se muestran secas y agobiadas a más no poder. Es como si dijera calor + bellaquera = desesperación existencial.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
Show me the Money! Promesas incumplidas del cine de los '90
Vivo en Nueva York, y en las últimas semanas parecería por las noticias que vivo en la ciudad que prometían todas aquellas películas de Hollywood de los 90; una ciudad de desastres naturales y manadas de gente desesperada, la punta de lanza del fin del mundo. La semana que viene traerá consigo además el décimo aniversario del evento histórico más cercano a estas profecías en Nueva York, esa fecha cansada y sobre analizada en que se derrumbaron dos torres pero no hubo Will Smith que nos rescatara. En esta atmósfera aprovecho para rescatar una discusión que no me canso de tener, mi ‘guilty pleasure’ por excelencia en lo que se refiere al cine: el cine comercial de los años ’90 y sus promesas incumplidas.
El cine miente, y en su mentira tiende a revelar también. Las expectativas de futuro propagadas en el cine entre los años post-Reagan hasta el 11 de septiembre del 2001, parecen poco más que un sueño mojado diez años más tarde. Cuando examinamos el discurso cinemático que se consumió compulsivamente y en familia en esa época, es fácil sentirse ingenuo por haberse conmovido con los anhelos optimistas que teníamos del nuevo siglo. Los noventas se recrean en mi memoria con un aire romántico y difuminado, con la nostalgia clichosa de que todo tiempo pasado fue mejor. El cine era más barato y todavía no había facebook, el jangueo era en La Terraza de Plaza, y se llevaban los primeros jevitos al cine porque no había otro lugar donde encontrarse. Ya no sé distinguir si fue la juventud, la falta de criterio o una condición del adormecimiento político general de la época, pero parecería que era todo más fácil.
Tras una reflexión breve aparecen pistas claras. Aún no existía el online streaming, la piratería era manejable en comparación al presente y todavía no habían llegado un montón de juguetitos portátiles con pantallas a apoderarse de nuestras vidas. Estos y otros elementos conspiraban a favor de un sistema de estudios que había monopolizado la cultura fílmica estadounidense, repartiéndose la fortuna con el mismo entusiasmo con el que inventaban nuevas y mejores maneras de hacer billete. Aparecieron los juegos de video, los enlaces comerciales entre películas/actores y productos/compañías se volvieron estándar y parecía que estábamos condenados a consumir la cultura que determinara el libre mercado.
De aquí surgen películas como Blank Check, Clueless o Jerry Maguire (en órden de seriedad asumida) cuyas memorias cargan consigo todo el glamour de la opulencia Americana, lo que parecen ahora los últimos respiros del dichoso sueño americano. En ellas triunfan siempre el mercado y el individuo, y en un aparte sentimental se hecha todo a un lado en el nombre del amor y/o la familia. Si es cierto lo que dijo hace un tiempo Nicolas Sarkozy de que la crisis económica actual marcaba el fin de un mundo construido sobre “un gran sueño de libertad y prosperidad” entonces estas películas tienen al menos parte de la culpa.
Los años noventa son la época de oro para la autoestima de la nación estadounidense. El país se anunció y exportó rebosante y orgulloso, aprovechando el fin de la guerra fría para reafirmar su autoridad política y cultural. Reagan insistió mil veces en hablar de “America” como una “shining city on a hill”, parafraseando a los peregrinos fundadores de la nación. El cinismo con el que estamos acostumbrados a recibir ese patriotismo hoy día, los gringos en negación que viajan al exterior y se proclaman canadienses, la glorificación de la ignorancia que fomentan Fox News y el Tea Party... todas estas cosas aún esperaban escondidas a la vuelta de la esquina.
‘Blank Check’ (1994) era la versión para niños de ese sueño, la oportunidad de participar en el consumismo desmedido de aquel capitalismo triunfante sin sentir culpa alguna. El niño protagonista logra a través de extrañas coincidencias cambiar un cheque por un millón de dólares y el dinero se convierte en un boleto a la libertad, permitiéndole jugar el día entero, conectar su oficina con una chorrera a la piscina, enamorarse de una mujer mayor, danzar dentro de una fuente y hasta repensar y renovar su relación con sus padres. A estas alturas un millón de dólares ni suena como mucho dinero; para que cambie la vida de alguien en una película tienen que ser niños callejeros en la India.
‘Clueless’ (1995), por otro lado, fue casi la creadora de un género, la película que redefinió el “teen movie” para los noventa, apartándose un poco de John Hughes o simplemente reinventándolo a la luz de nuevas tecnologías y modas. Una decisión interesante que tomó la directora y guionista Amy Heckerling al supuestamente adaptar la novela ‘Emma’ de Jane Austen fue desarrollar una estética que fuera promovida por las protagonistas de la película, en vez de utilizar modas del momento. La decisión se convirtió en uno de los mayores logros de la película, pues en vez de fecharse con un estilo que pasaría de moda con el tiempo o intentar vender diseñadores inaccesibles de la época a lo ‘Sex and the City’, ‘Clueless’ creó códigos que luego tuvieron que ser replicados por el mercado. La película creó la demanda, el slang y luego el programa de televisión, el juego de mesa, las muñecas... mientras las adolescentes buscaban medias a la rodilla que ponerse para la escuela.
Finalmente en 1996 llegó Jerry Maguire, un modelo perfecto del hombre corporativo moderno, guapo y simpático, exitoso, ambicioso... inevitablemente interpretado por Tom Cruise. ¿Quién más? ¿Quién podría representar el revés de los noventas a los dos-miles mejor? Tom Cruise es el poster-boy de todo lo que deseamos en los ’90 y terminó horrorizándonos en el nuevo siglo. Hay una línea recta que viaja desde “SHOW ME THE MONEY!” hasta el fatídico día en que empezó a brincar en el sofá de Oprah. El video de su discurso frente a los feligreses de Scientology en Los Ángeles fue el último clavo en cerrarle la puerta a volver a ser el papi de las mamis del cine hollywoodense.
Pero bueno, Jerry era todo lo que alguien podía soñar con ser en los noventa y una noche desvelado tiene una crisis de conciencia e intenta usar su carisma y su influencia para cambiar las maneras en que se hace negocio en la industria deportiva. Termina sin trabajo, con un goldfish y una secretaria madre soltera. La historia es por demás conocida; romance, lecciones interraciales y la reinvidicación humana a través del deporte. Al final de la película, el único cliente de Jerry es reconocido finalmente por su talento atlético, le ofrecen un contrato jugoso y lo entrevistan en la televisión. Jerry ha vuelto con su esposa/secretaria y el futuro se ve prometedor.
¿Cómo le irá a Jerry en esta economía? ¿Le habrá podido pagar seguro médico a Dorothy? ¿Habrá terminado viviendo de nuevo con la tía Laurel después de perder un casón en los suburbios?