Ossos, es la tercera película realizada por el portugués Pedro Costa, y la primera de su trilogía acerca del distrito de Fontainhas, una de las partes más pobres y marginadas de Lisboa, caracterizada especialmente por la gran cantidad de inmigrantes y la drogadicción exacerbada. Este fue el escenario que utilizó este autor -tan en boga dentro del circuito de festivales más alternativos- para hacer un retrato acerca de la alienación y profunda depresión de los seres humanos más marginales de su país.
Dentro de una economía de medios, tanto de producción como estética, se nos narra la historia de Tina, su Amante sin nombre y Clotilde; tres personajes sumidos en la pobreza de un escenario construido por la ausencia de las palabras, por los ruidos y sus sombras, que más allá de la representación estética, es real. Tina es una adolescente con inclinaciones suicidas, que acaba de dar a luz a una criatura no deseada. Su vida parecer estar sumida en una tristeza tan profunda como desconocida, la cual hace que la presencia de su bebé carezca de importancia. Su Amante, el padre de la criatura, es un yonqui que ha desaparecido momentáneamente de su vida. Y su mejor amiga, Clotilde, es una empleada doméstica, quien es la única que parece encausar un poco sus días. Tina, inmediatamente después del parto, intentar suicidarse junto a su bebé, envenenándose con un tanque de gas. Su Amante aparece, pero ni esto ni la presencia de su bebé, parece importarle. Va al cuarto y se acuesta a tomar una siesta. Y cuando despierta aprovecha el estado de inconsciencia de Tina y se roba a la criatura. Desaparece una vez más. Ante el robo del bebé y la persistencia del mutismo y dolor de Tina, Clotilde asume una actitud protectora, casi maternal con ella. Los días pasan y Tina continúa siendo víctima de esa tristeza. La depresión anula por completo su instinto maternal. No hay reacción alguna a la ausencia de su hijo, al robo. No hay una búsqueda, solo una gran alienación. Mientras tanto, su Amante va por la calles de Lisboa utilizando a su bebé para obtener limosna. Pero la gente de la ciudad, de la parte no marginal, lo ignora, casi lo atraviesan, como si por ser de Fontainhas esto lo condenara a ser víctima de la invisibilidad. Pronto, tanto padre como hijo, comienzan a padecer hambre. Esto hace que la criatura se enferme y tenga que ser atendido en el hospital. Allí el Amante conoce a una enfermera, Eduarda, y se crea una relación extraña entre ambos. Eduarda hace tanto de madre adoptiva como de amante. Paralelo a esto, descubrimos que Clotilde y él también tienen una relación. Esto lo oculta de Tina. Guarda el secreto. Y en un intento por sacar a Tina de su estoicismo, Clotilde se la lleva con ella a limpiar casas. Pero nada de lo que hace logra sacarla de su mutismo, de su depresión. La mirada de Tina continúa echada hacia adentro, hacia su dolor. Clotilde contacta una vez más al Amante, y a través de él, conoce a Eduarda. Se ofrece para limpiar su casa, en un intento por acercarse al niño. Por otro lado, el Amante continúa en su afán por obtener dinero a costa del niño. Intenta vendérselo a Eduarda, pero esta no acepta. Y no es hasta que encuentra a una antigua amante, una prostituta, que logra desprenderse del niño. Clotilde, en un gesto de amistad, manda a Tina a limpiar a la casa de Eduarda para que ésta se encuentre con su criatura y madre e hijo se encuentren. Pero el bebé no está allí. Tina solo se encuentra con un vacío. Una vez más, intenta suicidarse, usando el mismo método que antes. Eduarda al encontrarla postrada en el suelo, detiene el paso del gas y la atiende. Una vez Tina se recupera, se marcha de regreso a casa, a la Fontainhas, se vuelve a sumergir en las sombras. Al día siguiente Eduarda la visita y por una foto descubre que Tina y el Amante eran pareja y que ella es la madre del bebé. Clotilde se entera de lo que le ha pasado a Tina y decide buscar al causante de todas las desgracias. Lo encuentra dormido. Ya ha vendido al bebé. Clotilde no lo despierta, pero antes de marcharse libera el gas de la estufa y dejando al hombre inconsciente sobre la cama.
Ossos es una película de bajo presupuesto, con una trama sencilla, sin grandes puntos de giros, ni estrellas. Los actores son actores naturales, gente de Fontainhas. Con todas estas características, sin las grandes aportaciones de las grandes productoras, logra una gran coherencia dentro del mundo que representa –interpreta- y de sus personajes. Muestra una extraña hibridez entre lo documental y la ficción, lleva a personajes reales -propios de lo que sería un documental- a lo terrenos de la ficción, utilizando sus vivencias y sus estados de ánimo para narrarnos un retrato de una alienación producida por una gran tristeza humana. La propuesta estética y narrativa de Costa, emparentan influencias tanto de Antonioni como de Bresson. Temáticamente se acerca más al primero, pero no haciendo un retrato de la burguesía, sino yendo en dirección opuesta. Es Bressoneano en la economía narrativa y en la no utilización de actores profesionales, si no de “modelos”. Pictóricamente se puede encontrar reminiscencias muy cercanas a El Greco y Caravaggio. Las intérpretes de esta historia tienen la languidez, los rostros largos marcados por sombras y por muecas melancólicas de muchas pinturas de El Greco, sobre todo a la etapa de su madurez desarrollada en Toledo, en la que el Manierismo era evidente, muy cercano al expresionismo. De Caravaggio se puede detectar a simple vista el uso del claroscuro, quizá variando en la paleta de color, pero también mostrado igual que el pintor Milanés, un interés por sujetos marginales, por los no vistos.
A través de la fotografía de esta película se establece que existen dos concepciones del espacio de Lisboa. Los espacios no fotografiados con la técnica del claroscuro, y que en el plano sonoro poseen una menor cantidad de ruido, corresponden a la capital de todos, de los visibles. En cambio, los espacios ahogados por el ruido y sus sombras, son los que corresponden a las regiones olvidadas, invisibles, la Fontainhas. En esta área, el ruido habla de lo marginal, de lo "contaminado", contrastando con el mutismo de los personajes, como si de alguna manera no los dejara hablar porque en ese ruido ya todo está dicho; o no.
Tina, nuestra protagonista pasiva, carente de cualquier reacción, es el núcleo de todo. Ella es portadora de una tristeza tan grande que se come sus palabras. No puede decir nada. Los verbos no pueden cristalizarse a través de ella. Está preñada de silencio. Pareciera que no hubiese en ella posibilidad alguna de expresión. La melancolía en su corazón es como un agujero negro que se come sus palabras, las posibles reacciones que pudiese tener. Ante el hambre de está tristeza, Tina queda muda e inmóvil. Es el objeto de su tristeza, revelando una gran fragilidad, como si todo el tiempo estuviese a punto de romperse. Los ruidos de la Fontainhas crean un halo alienante para Tina, se vuelven amenazantes, y le quitan la posibilidad de desahogo, volviendo al suicidio la única forma de expresión posible. Tina parece no tener escapatoria de ella misma. Por eso los personajes a su alrededor, actúan, se vuelven extensiones de ella, y a veces su reflejo.
La tristeza de Tina la deja al margen de todo, es anterior, posterior y superior a todo; anula cualquier instinto maternal. Clotilde cree que el robo del bebé es lo que causa la tristeza de su amiga, pero no es así. Interpreta mal la mudez y la inmovilidad de Tina. Esta depresión va más allá de su maternidad. Su criatura queda totalmente devaluada, carece de importancia. Este hecho hace que la figura de Tina como humana cobre otro valor o se vea desde otra óptica. La tristeza la hace mutar en otra cosa, algo desconocido, eso que se volverá en un misterio pero que no lo hace sin dejar de hablar de una nueva concepción de humanidad. Puede saltar a la vista la palabra pesimismo, si es ese el futuro de la humanidad, uno en el que la maternidad queda abolida y que la marginalización y alienación del ser humano rompe cualquier paradigma del ser, cualquier concepción del hombre anterior. En Ossos, huesos en español, la existencia del hombre, de la mujer, evoluciona hacia un abismo, hacia algo desconocido. Cuando Nuno Vaz, el intérprete del padre en la película, charló por primera vez con Pedro Costa, éste le dijo al realizador que la gente lo primero que ve en un pobre son los huesos. Quizás entonces, esta película lo que hace es pintar una imagen un tanto filosófica: Lo que quedará de esta humanidad, tan enferma de alienación y marginación y tan pobre de espíritu serán los huesos, y esto será lo único humano que quedará.
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