Cuarón no filmaba en su país desde Y tu mamá también, hace poco más de diecisiete años. Ahora, con Roma, regresa a su DF -como si de Ítaca se tratara- para hacer una hazaña: recatar su memoria, su infancia. Él mismo afirma que el 90 por ciento de su material proviene de lo que recuerda, también de lo que le habrá contado Liboria Rodríguez, la empleada doméstica que inspiró a Cleo, el personaje central de la historia. Con su sencillez narrativa y su sólida estética, Roma se coloca entre esas grandes películas sobre la memoria, sobre el pasado: La eternidad y un día, El Espejo e Hiroshima Mon Amour. Entre ellas, ésta brilla con luz propia.
Roma es la historia de una empleada doméstica, Cleo, y de la familia para la que ella trabaja, la cual comienza a desmoronarse a la vez que su propia vida sufre cambios demasiados profundos, dolorosos e irreversibles. El personaje interpretado por Yalitza Aparicio es la representación de esas mujeres que, tanto en México como en otros países de Latinoamérica, efectúan una labor que no es valorada justamente y que las coloca en posiciones de vulnerabilidad, de desprotección, donde se vuelven invisibles para la sociedad y, que a pesar de esto, no dejan de ser una pieza esencial para que dichas familias sigan siendo funcionales. Cleo representa muy dignamente a las empleadas domésticas de México, de nuestros países. Ellas terminan siendo parte de nuestras familias y es en este aspecto en donde más emana humanidad la cinta de Cuarón.
En las primeras reseñas que leí sobre la película se mencionaba con un tono hasta de euforia, algo así como que el neorrealismo no estaba muerto. Se veía a Roma como una heredera de alguna obra de Rossellini o De Sica. Escuchar esto me entusiasmó mucho pero al ver la película sentí que esto se encontraba lejos de la verdad, que el hecho de que fuera en blanco y negro y de que la protagonista fuera una mujer de una clase social humilde había obnubilado a los críticos y los había hecho llegar a esas conclusiones apresuradamente.
Precisamente las decisiones estéticas tomadas por el mismo autor ponen a esta obra en otra sintonía, lejos de la influencia de ese movimiento cinematográfico. La cámara acá es sumamente importante y obvia, y hay momentos en los que convierte a los personajes en parte del escenario, en un fragmento de ese enorme contexto mexicano, lo cual contrasta con una de las constantes del cine neorrealista: el potenciar, desde la sencillez formal, el drama humano, que el personaje sea el centro de la historia más allá de los artilugios estéticos. Y no es que la peli no tenga el contenido temático o humano digno de una Mamma Roma o una La Strada; justamente esto es uno de los componentes más ricos que posee, pero el refinamiento, el estilismo de Roma, la ubican por otro lado. El ritmo, la cadencia de sus movimientos, su diseño sonoro dan la sensación de ir pendulando de una poética lírica a una épica. Y aquí aplico el término lírico a la historia de Cleo, a la visión íntima de su drama, y el término épico a la representación de la sociedad mexicana, en particular a los movimientos estudiantiles de esta época, los cuales son un personaje-masa envuelto en una lucha social contra la opresión del estado.
La construcción sonora es otro hecho a destacar de Roma, muy estilizado y formal. Posiblemente la ciudad de México nunca se había escuchado de la misma manera. Por algo la mezcla de sonido duró más tiempo incluso que la misma Gravity. En Roma uno puede cerrar los ojos, disfrutar del Dolby Atmos y transportarse al DF para ir desgranando su atmósfera, capa a capa, como si de una cebolla se tratara. Es por eso que la cinta no necesita en lo más mínimo música extradiegética, y sin embargo, no deja de ser, por su riqueza sonora, una obra bastante musical.
En la cinta hay un evidente intento de acercarse al cine-poesía. Donde más claramente se constata esto -y donde también se le hace un gran guiño a El Espejo de Tarkovsky- es en la escena del incendio, cuando la familia se va a pasar la navidad a la casa de campo del hermano de Sofía. En esta escena el formalismo del autor se vuelve aún más obvio y la hace alejarse aún más del neorrealismo del que hablaban muchos críticos.
Con Roma, Cuarón reinterpreta emocionalmente su infancia. Hay una enorme pulsión nostálgica. En sus dos horas y quince minutos podemos encontrar esas semillas de lo que después se convertiría en varias de sus más destacadas obras cinematográficas. Quizás la más evidente sea Gravity. Las alusiones a ese mundo del astronauta, a ese ir a la deriva por el espacio, son constantes. Luego podemos encontrar señales de lo que sería Solo Con Tu Pareja, Y Tu Mamá También y Children of Men. Esta última película comparte su admiración por alumbramiento, pero hay algo que las diferencia en este aspecto. En Roma, Cleo pare a un bebé mortinato. Su niña nace muerta. No hay continuidad de vida, de la sangre, no heredará quizás un destino parecido al de su madre. En cambio, en Children of Men, Kee, una mujer de origen humilde, negra, da a luz a otra niña, Hope, una niña viva, que representa la esperanza para esta humanidad que ha perdido la capacidad de reproducirse.
Una de las primeras cosas que pensé al ver Roma fue que tanto Cuarón como González Iñárritu se habían puesto de acuerdo para hacer de sus últimos largometrajes dos homenajes a Tarkovsky. La fotografía blanco y negro y el uso constante de travellings laterales, de pannings (varios en 360), me llevaron inmediatamente a Andrei Rublev.
En parte por la dinámica narrativa de ir de escenas muy intimistas a momentos más épicos en las que el contexto histórico ganaba tanta presencia que el mismo protagonista desaparecía. Sin embargo hay otra obra de Tarkovsky que me viene a la mente al ver Roma: El Espejo. Ambas películas son un intento de traer a la vida, de reverberar, memorias personales. Los dos cineastas intentan rescatar del olvido su pasado, e incluso, algo del pasado de sus respectivos países.
Un leimotiv que podemos encontrar en la filmografía de Tarkovsky es la representación de los cuatro elementos de la naturaleza: Agua, Tierra, Fuego y Aire. Cuarón los asume, se apropia de ellos. Simbólicamente estos señalan uno de los grandes temas universales de la película: la vida. La visualización de estos elementos lanza luz sobre este discurso, sobre esta necesidad del autor de hablar de la vida misma; de la vida de una humilde empleada doméstica, de una madre, de una familia en este barrio de clase media, de la capital de México y a su vez de otros lugares en los que también se viven dramas íntimos y dramas sociales.
Ahora, de los cuatro elementos representados aquí el más importante de toda la película es el agua -el agua es vida, con ella todo, sin ella nada. Su presencia, su movimiento o quietud e importancia se traslada a la misma concepción estética de Roma. No puedo dejar de visualizar la cámara de Cuarón como un río cuya corriente por momentos es constante, quieta, contradictoria. Un mar. Cuando permanece inmóvil, esto hace que los personajes, sus movimientos, su drama adquieran una magnitud distinta.
En la Mise-en-scène de Roma prevalece la horizontalidad y, a su vez, posee un fuerte carácter circular. Formalmente, el uso de los paneos es lo que más evidencia esto último. Desde muy al principio esto se marca, ya en el primer plano secuencia que vemos. Esta circularidad también se siente en su estructura, cuando comparamos el plano inicial con el último de la cinta. El primero comienza encuadrando el suelo, las losetas y el agua. A través del reflejo de ésta, observamos el cielo, y un avión que marcará el inicio de un viaje para Cleo y para la familia con la que trabaja. Cuando los créditos del inicio terminan la cámara reencuadra con gran independencia y descubre a nuestra protagonista limpiando la mierda de perro en el garaje. Después, en el plano final de la cinta, Cleo es la que guía la cámara desde la primera planta de la casa. Ésta la sigue en su ascenso por una escalera frágil hacia la azotea, hacia el cielo. Probablemente ya no es la misma mujer, tampoco esa será la misma familia. Han cambiado. Quizás Cleo se ha liberado de algún dolor, y ha aprendido a vivir con los cambios que trae la vida. Entonces vemos en ese mismo cielo al que Cleo nos llevó, un avión más, en el aire, volando, viajando, y nos hace recordar que la vida es eso, un viaje constante, un fluido en el que nosotros nos encontramos siendo sus principales pasajeros.
Dos de los grandes brillos de Roma son Cleo y Sofía. Ellas son un espejo la una de la otra desde sus respectivas clases sociales e idiosincracias. Sofía es una mujer de clase media alta, madre de cuatro criaturas, que es herida y abandonada por un hombre, su esposo, y que día a día sufre por su ausencia. Cleo, por otro lado, es una empleada doméstica, embarazada por un hombre que la enamoró para abandonarla después. En la ausencia del padre de la criatura que se gesta en su vientre, se desarrolla a la vez un malestar taciturno en el epicentro de su propia vida. Ambas dos mujeres sufren por la cobardía, por la irresponsabilidad de esos dos hombres, y a pesar de su situación en la que todo se va desmoronando, las dos encuentran la entereza dentro de ellas para que la familia siga adelante y no termine sucumbiendo.
Esto último me trae a otro de los temas de la película, el que quizás por motivos personales, es el que más me apasiona: ¿Cómo afrontar los cambios que te trae la vida? Sofía, al ser abandonada por Antonio, choca contra ese cambio. De ser su mujer, su esposa, pasa a ser su ex. Al comienzo Antonio le dice que tiene un viaje de trabajo a Canadá, pero Sofía sabe lo que está pasando en el fondo, lo intuye. Cuando él está apunto de marcharse al aeropuerto, ella se aferra a él. Todas sus acciones son un ruego, un querer retenerlo, un decirle no te vayas, por favor. Más adelante, habla con él por teléfono, seguro le ruega que no la deje. Después, en un acto de manipulación, le pide a todos sus hijos que le escriban cartas, dibujos, como para ver si éste se apiada, regresa a casa y ella puede seguir siendo su esposa y no la ex, aunque éste ya no la ame. Sofía lucha contra algo que es inevitable, irreversible. Antonio la abandonará sí o sí. Pero ella no lo acepta y el no adaptarse a ese cambio le produce un profundo dolor. La familia, sus hijos también sufren esta oposición al cambio sin saber enteramente lo que sucede. Cleo también es abandonada. En una de las escenas del cine, ella le dice a Fermín que cree estar embarazada. Éste disimula, lo toma como si fuera una buena noticia y se inventa la excusa de ir al baño. Se marcha y queda Cleo en las penumbras del cine. La mirada de ella nos refleja un presentimiento. Ella sabe en el fondo que Fermín en ese preciso momento la está abandonando, la deja con su criatura. Este embarazo la saca de su zona de confort, le comienza a cambiar la vida. Teme perder lo que tiene, que el cambio sea aún mayor. Cuando le confiesa lo de su embarazo a Sofía podemos apreciar claramente este temor. Cleo no quiere ese punto de giro sin embargo tiene que convivir con ese malestar durante nueve largos meses.
Como ya dije antes, Roma parte del drama íntimo de Cleo al drama social que vivía parte de la sociedad mexicana entre finales de los sesenta y comienzos de los años setenta. Hacía tres años que había ocurrido la Masacre de Tlatelolco. A partir de ese hecho oscuro en la historia reciente de México, el gobierno formó un grupo paramilitar de jóvenes, Los halcones, entrenados por la misma CIA para reprimir, castigar, a cualquier movimiento de izquierda que quisiera manifestarse en contra del gobierno. El 10 de junio del 71, el día que después llamarían la Masacre de Corpus Christi, los Halcones mataron a más de cien estudiantes en las calles del DF. Esta tragedia queda retratada en Roma. Y es Cleo, el drama que ella vive, la que nos conduce como Virgilio a las calles en donde sucedió ese hecho histórico. Vamos de una familia que se resquebraja dentro de esa casa de la colonia Roma al desmoronamiento social a causa de un gobierno opresor que dejó a los culpables de esa masacre libres. Y esta situación, la inferencia de los EEUU en México, la represión por parte del estado, es análoga a situaciones vividas en el resto de los países latinoamericanos. Es un espejo para nosotros, incluso hoy en día.
Definitivamente, Roma fluye como el agua, como el mar. Es lo que trajo a Cuarón de vuelta a su pasado, a su ciudad y su barrio, pero también es una experiencia que a nosotros los espectadores nos arrastra a lo largo de un viaje lleno de dolor, belleza, alegría y tristeza, para que analicemos a consciencia cual es nuestra capacidad de adaptarnos a los mismos cambios que la vida nos da. Esto es lo que hace grande a Roma, y lo que la hará ganarse un espacio en la memoria de muchos espectadores como yo.