miércoles, 12 de septiembre de 2012

Top 10 – Rodrigo Lopes de Barros


Esa lista es la imagen con la que me vestí hoy por la mañana.



“Shoah” (1985) de Claude Lanzmann: Después de más de nueve horas escuchando los testigos de los sobrevivientes de la catástrofe, uno percibe que el horror está compuesto de incontables esferas de lo indecible. 



“La Société du spectacle” (1973) de Guy Debord: El cine necesitaba ser destruído y exhibido como un cuerpo abierto en plena mesa de autopsias para que pudiéramos verlo a toda fuerza.  



“Histoire(s) du cinéma” (múltiples episodios) de Jean-Luc Godard: Porque el cine debía ser resucitado, ahora como escritura de la historia, o la historia como ficción.



“Deus e o Diabo na Terra do sol” (1964) de Glauber Rocha: Simplemente alguien podría dividir el cine brasileño en antes y después de Deus e o Diabo. La estética del cangaço mezclada a la música popular y a la fotografía de Glauber es el medio perfecto para presentar la Edad Media que pasó tardíamente en Brasil.

 


“Man With a Movie Camera” (1929) de Dziga Vertov: En el cine lo más importante es el ojo, o cómo engañarlo.



“Fuego en Castilla” (1961) de José Val del Omar: La película es por excelencia el espacio artístico en el que la tecnología está permanentemente unida a lo místico.




“Red Psalm” (1972) de Miklós Jancsó: La temporalidad de Jancsó, con sus largas tomas sin cortes, y la música melancólica, crean una de las sensualidades más sensiblemente violentas. 



“The Cut Ups” (1966) de Antony Balch y William Burroughs: Porque la vida es también fragmentaria.




“Bodas de sangre” (1981) de Carlos Saura: La adaptación cinematográfica es tal vez el género más difícil de las artes, aquí, aparentemente sin muchas pretensiones, vemos la obra de Lorca pujante.   



“Hiroshima mon amour” (1959) de Alain Resnais: Una de las formas más fuertes del amor entre dos personas es cuando éste toma la forma de un amor entre dos ciudades.

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