Pitahaya
Carta abierta al colectivo 8===>;
Cuenta Victor Erice en varias entrevistas (algunas disponibles en youtube.com) que su largometraje El sur, considerada por muchos una obra maestra del cine, es una obra “inacabada”. Sucedió que durante la filmación el productor Elías Querejeta, quien diez años antes había sido también el productor de El espíritu de la colmena, “interrumpió el rodaje cuatro semanas antes de lo previsto, cuando sólo se habían rodado 170 páginas de las 395 originales. ‘Yo sostengo", explicó (Querejeta), ‘que dentro de ese guión había en realidad dos películas distintas, y que la que ahora existe es una obra coherente y acabada’”. (http://www.elpais.com/articulo/espectaculos/Sur/segundo/largometraje/Victor/Erice/elpepiesp/20040603elpepiesp_7/Tes)
Para la mayoría de los habitantes de ese universo cultural llamado Cinefilia, tildar a Querejeta de villano resulta tarea demasiado fácil; máxime cuando se trata de una anécdota como la ya mencionada. Hasta cierto punto, nos aferramos a la idea romántica del “artista” y su “visión” por encima de todo: el arte vs lo corporativo (lo comercial, etc.); sustancia (en su acepción menos filosófica) vs superficial (lo ligero, fácilmente procesado); highbrow vs lowbrow; y finalmente, de las peores disyuntivas para todo aquel que conserve por lo menos una pizca de conciencia social, ¿cómo reconciliar el cine, en su aseveración más artística, con el cine de masa? Penosa y controversial categoría ésta, pero no menos real por poco que se postule, pero bueno… (Una salvedad: en la secuencia de disyuntivas he escogido categorías lo suficientemente indefinidas y laxas como para no enfrascarme por lo pronto en dimes y diretes teóricos, pues de esto no va el escrito.)
Por estas razones, y algunas otras, es fácil ver en este cuento al productor Querejeta como el enemigo. Sin embargo, en esta ocasión, aunque con otro fin y para con otro proyecto, mucho más cercano a mí, creo que tomaré el lugar del productor.
Por la presente misiva convido al colectivo 8===>; a que fokin termine su película.
Sinceramente,
Charlie
Pitahaya
Hace ya poco menos de un lustro, tres jóvenes “artistas” (epíteto con el cual probablemente nunca se calificarían) puertorriqueños, agrupados bajo el colectivo 8===>, realizaron un proyecto fílmico titulado Pitahaya. De ánimos banksyanos, este grupo lo componen principalmente tres seudónimos: ZS, exhiphopero y factótum polifacético, cuyo nombre surge seguramente en reversa referencia al libro de Roland Barthes; Rosso Profundo, alias Profundo Carmesí, chamán callejero dedicado al exhibicionismo visceral en la tablas, y cuyos nombres aluden a los homónimos largometrajes de Argento y Ripstein, respectivamente – aunque no me queda muy claro por qué en ocasiones prefiere uno al otro –; y finalmente, Don Prepussyo, éste último, cineasta conceptual que se hace pasar por cachetero. Si son realmente sólo tres integrantes o no, poco importa. Lo que importa es la brecha que abrió ese primer experimento fílmico, cuyo título, casi como Springfield en EEUU, alude a tantos lugares en Puerto Rico como a ninguno en específico.
El cortometraje Pitahaya, una suerte de jarabe cinemático que conjuga la gramática de Kenneth Anger con la ‘mística’ de Jodorowsky, nos presenta a tres individuos en una playa desértica tramando lo que parece ser un complot en contra de uno de ellos mismos.
Anger
Someramente, y si la memoria no me falla – pues que yo sepa Pitahaya solamente se presentó en dos ocasiones –, puedo decir que la propuesta de SZ era más cercana a la película de suspenso convencional; algo así como una dramatización caribeña del asesinato de Julio Cesar. De otro lado, Rosso Profundo (pues en esta ocasión quería acuñar más la estampa de Argento que la de Ripstein), siguiendo el género italiano giallo, construye sonoramente una historia que se acerca más a la senda de un film noir, si se me permite, psicohomosexual. Mientras, Don Prepussyo…mejor ni hablar… Digamos que durante la segunda presentación, realizada en un techo santurcino, gracias a la esquizofrénica compilación de Don Prepussyo, un espectador sufrió un ataque tónico-clónico en plena actividad. Por poco llueven las demandas. De hecho, la notoriedad de esta segunda presentación, en la cual al final se tocaron, además, las tres bandas sonoras simultáneamente utilizando seis bocinas ubicadas en diferentes áreas del techo del edificio, fue causa del consecuente anonimato que habita del cual en el presente goza/sufre el colectivo 8===>.
Pitahaya II: Semizahe
Hace cuatro meses me tropiezo con que el colectivo todavía existe, y todo por pura casualidad. Visito a un amigo – cuya identidad protegeré denominándole con la letra ‘Q’ – quien al momento se encontraba editando un documental sobre la industria lechera en Puerto Rico y quería mi opinión al respecto. Creo que lo más que alcancé a decirle fue que estaba de lo más ameno, por no decirle que era un perezoso cruce entre Food, Inc. y Farenheit 911. Pero no fue hasta que, de soslayo, me percaté de la frase “Pitahaya II: Semizahe”, escrita con sharpie en una libreta que estaba al flanco derecho del monitor donde Q editaba, cuando finalmente entendí lo que estaba a punto de presenciar. Aunque no suelo ser supersticioso, decidí que mi reacción sería la mínima como para no romper este hechizo y no revelarle a Q que mis ansias por abrir aquella libreta sobrepasaban infinitamente las de ver otro maldito close-up de tetas de vaca, cosa que a él lo mondaba de la risa.
Haciéndome el desentendido le pregunté sobre la libreta. Q me contó que se trataba de un trabajo de edición que le encargaron unos “tipos más raros ahí que llevan como tres años filmando un proyecto ahí, y yo ni me di cuenta pero uno de ellos se bebió toda la cerveza que tenía en la nevera”. El filme, según relataba, “está programado para exceder las dos horas y cuarto”. Mientras Q trataba despachar en varios minutos la trama de Pitahaya II, yo trataba de buscarle sentido a tal frase. ¿Qué representaba “II”?: ¿un dos romano?; ¿dos torres?; ¿un once (y por ende, dos torres)?; ¿dos líneas paralelas y ya?; ¿nada?... Afortunadamente Q tuvo que usar el baño en un momento dado y en un santiamén pude coger su celular, tomarle foto a los petroglifos sueltos que habían en las primeras tres páginas de la libreta y enviármelas a mi correo electrónico.
No soy supersticioso, pero no he sabido nada de Q desde aquel momento. No obstante, aquí parafraseo lo que pude captar de las notas:
-Amalgama de historias para ser proyectadas simultáneamente en tres pantallas, a lo Abel Gance.
-La primera (pantalla de la extrema izquierda) es un prólogo: El solitario habitante de Pitahaya Sur y cantante de blues, Memphis Tom Phyllis, le pide a su hija, la bella Semizahe, la única que parece acompañarlo en sus últimos días, que permanezca en el Sur, que cuando él muera no suba a la tierra.
-“Allá arriba la gente ya no saben distinguir entre el bien y el mal”, le dice el viejo. Semizahe, mientras tanto, deja la mirada perdida en el horizonte como si añorara algo más. Se apaga primera pantalla.
-La segunda, (pantalla del centro) un grumete, mirada perdida en el horizonte, luego de recibir un duro golpe en la cabeza, cae inconsciente hacia la corriente del río donde navegaba.
-Lo que sigue son planos fijos de diferentes lugares por donde pasa flotando el cuerpo; acompañados éstos de una voz en off que comenta las vivencias del marinero con las que siempre soñó tener. Se apaga segunda pantalla.
-El marinero (voz en off) pronuncia varias veces el nombre “Semizahe”.
-La tercera (pantalla de la extrema derecha): noche de perros, calientes,…
(Luego se muestran tres imágenes impresas. ¿De referencia?)